El primer consejo que Astor Piazzolla recibió de su maestra Nadia Boulanger, cuando llegó a París en 1953, fue que nunca se alejara de la música popular, que se sumergiera en el tango sin tratar de ser un Ravel de segunda categoría cuando podía ser un Piazzolla de primera.
“Ella me enseñó a creer en Astor Piazzolla, que mi música no era tan mala como yo creía. Yo pensaba que era una basura porque tocaba tangos en un cabaré, y resulta que yo tenía una cosa que se llama estilo”. Así el bandoneonista inmortalizó a Boulanger, con quien estudió 11 meses.
El argentino fue uno de los tantos músicos latinoamericanos que peregrinaron al país galo con el ánimo de perfeccionar sus respectivas técnicas y de encontrar otros caminos para explorar la música.
“París fue un centro muy significativo en la vida y formación de nuestros grandes compositores. Ese tiempo que pasaron allí influyó mucho en sus obras; de hecho, hubo una época del siglo XX en la que, si un compositor quería hacer carrera musical y no pasaba una temporada en esta ciudad, no era tomado en serio. Se transformó en una peregrinación obligatoria. Hay una relación muy fuerte entre la música que tocamos y la francesa. Es muy emocionante enseñar esos vínculos”, explica Saúl Bitrán, primer violín del Cuarteto Latinoamericano.