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Santiago volvió a casa, esta vez con una medalla

Después de recibir la de plata en la competencia Tchaikovsky, Santiago Cañón se presentó en el Festival Internacional de Música.

  • Santiago Cañón durante uno de sus conciertos en el Festival de Música en Cartagena, esta semana. FOTOs cortesía festival
    Santiago Cañón durante uno de sus conciertos en el Festival de Música en Cartagena, esta semana. FOTOs cortesía festival
11 de enero de 2020
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No hay una manera más sencilla para comparar el logro que alcanzó en junio del año pasado el violonchelista colombiano Santiago Cañón-Valencia. “Una medalla en Tchaikovsky es en la música clásica lo mismo que una en los Olímpicos”, dice él.

Existen otras competiciones internacionales como la Queen Elisabeth de Bélgica, en la que fue ganador en 2017, pero allí no se entregan medallas. “Tchaikovsky es la más alta que hay”. Obtuvo el segundo lugar al interpretar el Concierto para violonchelo n° 1 Op. 107 de Shostakovich y las Variaciones Rococo, Op. 33 de Tchaikovsky.

No le caen para nada mal los reconocimientos y las medallas, se quedarán con él por el resto de su carrera como una evidencia de la disciplina que desarrolló estudiando su instrumento desde niño. Sin embargo, esa no es la meta: ni el podio ni la medalla ni la gloria. “Lo que quiero es más profundo que un título o una medalla, estoy buscando tener la trayectoria que quiero”.

La carrera que Cañón se sueña todavía está en construcción y para él significa puntos muy sencillos: tocar, viajar más y, sobre todo, llegar a más públicos. Que más gente se enamore de su arte, ese es su propósito. “No solo por el caché de tocar en salas importantes o grabar con tal sello u otro, sino por establecer una relación con las audiencias e ir creando, a nivel global, una propia”.

Tiene 24 años y ya es uno de los mejores violonchelistas del país. “Voy en progreso”, dice con tranquilidad, “después de estos premios, y por lo que significan, se han acercado muchas de mis metas, pero continuo con cosas en mi lista”. Sigue alimentando el anhelo de tocar alguna vez con la Filarmónica de Berlín.

“Cuando sales de estos concursos siempre hay parámetros a seguir. Me gusta más poder elegir, que lo que toco sea un concepto mío”, señala. “Hay personas que salen de esas competencias y el repertorio se les achica”, y no está dispuesto a que eso suceda.

De local

Santiago está de paso por Colombia presentándose en una de sus casas: el Festival Internacional de Música de Cartagena. Es un invitado recurrente en el evento que le abrió muchos caminos.

Desde la adolescencia anda viajando y estudiando para pulir su técnica y para abrirse oportunidades. Su historia con el festival la empezó como parte del programa de Jóvenes Talentos. En 2011 conoció a sus actuales patrocinadores, Edmundo y Mayra Esquenazi, gracias al festival y la iniciativa de la Fundación Salvi. Desde entonces regresa a presentarse en ese escenario que le dio la posibilidad de conquistar nuevos espacios.

Respeto por Beethoven

Cañón-Valencia estuvo presentándose en esta edición del festival junto al pianista italiano Andrea Lucchesini, con quien compartió un repertorio de Schubert y Beethoven, que grabaron para un disco hace unos días en Perugia.

No se conocían antes de llegar allá, lo cual a ambos les inquietaba un poco. “Se necesita esa relación personal para grabar un disco”, confiesa Santiago. Tuvieron apenas un día para ensayar: la Sonata para violonchelo y piano n.o 3 en La mayor, Op. 69, la Sonata en La menor para arpeggione y piano, D. 821 y Doce variaciones de Beethoven en Fa mayor para violonchelo y piano Op. 66 sobre Papageno, que pertenece a La Flauta Mágica de Mozart.

Para su sorpresa, todo fluyó. “Con Santiago es fácil grabar, nos hemos encontrado”, señala Lucchesini. Aunque sus experiencias han sido diferentes en cuanto a sus acercamientos a la música, “fue posible tocar y grabar porque Santiago tiene una predisposición natural para la música”.

El pianista añade que es esa cosa casi milagrosa de la música la que permite que dos personas que provienen de países diferentes, que hablan idiomas distintos y que no se conocían, puedan grabar en cuestión de días una producción discográfica.

De ese repertorio que sonó el 5 de enero en el Teatro Adolfo Mejía, Cañón le tiene mucho respeto a la obra de Beethoven. Se le dificulta, no tanto por lo técnico, más por lo que significa estar tocando trabajos de semejante figura.

“Es más una cuestión de humildad”, dice el violonchelista. “Creo que interpretar a un compositor así, siento que mucho viene con la edad, con la experiencia de vida. Yo sigo siendo relativamente joven”.

Ese sentimiento de estar interpretando algo muy inmenso le ha sucedido con otros compositores. Como cuando piensa que interpretó a Dvořák cuando tenía apenas 12 años. Aunque por ahora está contento con cómo quedaron grabadas las obras con Lucchesini, siente que puede que en unos 20 o 30 años, quizá quiera volver a grabarlas, con un poco más de tiempo y una comprensión de esa música, que crecerá con el tiempo.

En defensa de más clásicos

El violonchelista tiene mucho trabajo por delante, mucha música nueva por presentar. Viajará a Estados Unidos después de que culmine el festival a estrenar un concierto de chelo que escribió Carlos Izcaray y que presentarán en premier. “La música clásica es el único espacio en el cual la gente no espera lo que va a salir”, explica. Se refiere a que los oyentes de otro tipo de géneros están mucho más pendientes de cuando un artista lanza un nuevo single. En la música clásica, dice, eso no pasa porque el repertorio suele irse hacia el pasado, a explorar todo aquello que ya se hizo.

Ese tipo de proyectos lo entusiasman: la posibilidad de mostrar composiciones nuevas, de permitir que la audiencia escuche cosas que desconocía, de demostrar que hay mucha más producción de este tipo de música, aunque no sea algo que se divulgue como se debería.

Tuvo dos presentaciones más este sábado y en una de ellas la posibilidad de interpretar la Rapsodia de los cuatro elementos para chelo del compositor Jorge Pinzón. El Festival de Música busca espacios para promover la música contemporánea latinoamericana y esta obra en particular es especial para él. Pinzón fue su profesor de teoría musical cuando Santiago era niño.

Sigue viviendo fuera, conquistando escenarios y nuevos oídos dispuestos a escucharlo a él y a su chelo. Es posible que en un no muy distante futuro siga consiguiendo medallas y altos reconocimientos, pero ojalá, más que su nombre y sus títulos, suene aún más fuerte la música que le permite conseguirlos.

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