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En medio de la penumbra, quien visita esta sala oscura está únicamente a merced de los sonidos. Llegan de adelante y de atrás, cruzan la sala de repente, se van. Al principio no se sabe bien ni de dónde vienen, los ojos no se han acostumbrado a la poca claridad visual.
Con cuidado, entre los demás visitantes, es posible buscar su origen, recorrer el espacio. La experiencia que se vive al entrar a la instalación Multiples of Stupor de la colombiana Lucrecia Dalt, que estará abierta hasta febrero en el Lab 3 del Museo de Arte Moderno de Medellín, varía con el azar. Como la obra se repite una y otra vez, no se sabe en qué momento recibirá a sus visitantes, quienes pueden pasar 2, 10 o 20 minutos. Eso sí, para personas que sufren de convulsiones no se recomienda más de media hora dentro de la sala.
Es posible que al entrar se tope con una sucesión de frecuencias muy agudas, algunas incómodas, y sentir una extraña vibración en los oídos, algo que se evidencia físicamente. El resultado es intencional, la artista ha investigado esta técnica, otoacoustic emotions, que es “cuando pones dos frecuencias, una a la derecha y una a la izquierda y generas un pulso, pero lo crea tu propio oído, no está en la música”, añade ella, quien lo ha visto varias veces en exposiciones en Berlín, donde vive. Aclara, por supuesto, que no es algo dañino para los oídos a los decibeles que ella los maneja.
Luego de ese momento y de ir acostumbrándose a la luz llega un instante en el que los sonidos electrónicos se fusionan con la palabra hablada, y utiliza un sound laser (láser de sonido) para llevar frases como susurros a los oídos de quienes participan.
“Errores de piel, jardines de polvo, curvas de cortinas” va contando la voz de Dalt. El concepto detrás de esta parte de su obra son los lugares inusuales y esa voz solo es perceptible para el visitante cuando el láser, rotando por la sala, llega a su oído.
“En un momento en el que todos escuchamos y bailamos la música electrónica, a través del trabajo de Lucrecia Dalt podemos entender otras de sus formas y las posibilidades creativas de la tecnología”, señala Jorge Bejarano Barco, curador de proyectos especiales en el Mamm y de esta instalación.
Exponer sonidos
Las artes electrónicas, entre ellas la sonora, tuvieron un recorrido durante el siglo XX. Crear exposiciones con sonidos es un fenómeno reciente que ha tomado fuerza en la última década, a pesar de que se venían registrando antecedentes en el siglo pasado. Artistas como la estadounidense Maryanne Amacher fueron trazando un camino en la investigación necesario para desarrollar estas propuestas.
Existen festivales que se enfocan en estas manifestaciones, al igual que museos y galerías que han querido darle cabida a este tipo de iniciativas. En Valparaiso, Chile, hay un festival llamado Tsonami Arte Sonoro, que se fundó en 1997 y ha buscado divulgar este tipo de manifestaciones estéticas. En México hay un grupo de museos que tienen espacios dedicados exclusivamente al arte sonoro. El MoMA de Nueva York tuvo su primera gran exposición de arte sonoro en 2013 cuando exhibió el proyecto de 16 artistas que tuvieron los sonidos como su materia prima.
“Actualmente hay una generación de artistas que ha encontrado en el sonido una técnica para llevar el arte sonoro a niveles inesperados”, cuenta Bejarano.
Aún es una experiencia muy novedosa en Colombia, aunque el Mamm ha intentado involucrar a sus públicos más allá de las exposiciones. “Organizamos muchos laboratorios y talleres, en los que nos hemos esforzado por mostrar una variedad de temas, tecnologías y posibilidades para la creación contemporánea y con ello creemos que se está formando una generación de público local en Medellín y Colombia”, apunta Bejarano.
Siente que hay una escena potente formándose en Medellín. Las exposiciones y los conciertos cuentan con una amplia asistencia, precisa él. En Bogotá también sucede en el Festival En Tiempo Real y espacios como Matik Matik y hasta en la Universidad de Los Andes. “La recepción ha sido buena, quizá porque el sonido tiene esa capacidad de afectar el cuerpo positivamente”. Si cree, sin embargo, que faltan apoyos y espacios para darle fuerza a estas iniciativas.
Lo elemental
Armar una exposición como la de Dalt es un trabajo arduo que muchas veces, en el caso del Mamm, arranca con una invitación por parte del museo a los artistas.
La tarea en conjunto entre el creador y curadores como Bejarano puede ser demorada. Él describe que puede tardarse entre cinco meses hasta un año para llegar a la propuesta final.
Dalt trabajó con sintetizadores de audio y otros para procesar su voz (vocoders). En sus procesos juega con la reverberación y los delays, tiene en cuenta el espacio y hace barridos sonoros. En su cabeza va armando la pieza de a pocos, encajándola.
Se piensa en términos del espacio cómo se distribuirán los altavoces, las luces y otras herramientas. “Estos trabajos de sonido buscan darle la importancia al fenómeno acústico y de la escucha – añade el curador – por eso muchas de las exposiciones están en completa oscuridad y no revelan las fuentes sonoras”.
También tiene que ver con un mensaje, “es un trabajo reflexivo, de análisis y discusión, y también con uno técnico y tecnológico para solucionar retos”, cuenta.
En este caso, uno de los desafíos fue encontrar un aparato como el sound laser en la ciudad y a alguien que lo supiera programar.
“Para mí lo sonoro está muy ligado a lo emocional. La música me sigue moviendo a niveles en los que ningún otro arte lo hace”, señala Dalt. Incluso fuera de esa caja negra, repleta de sonidos, están abiertas las posibilidades de crear.