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Solo le bastó la escena de aquel chico, de unos 6 o 7 años, que comía junto a su papá a escasos 90 metros de distancia de cientos de toneladas de residuos, para darse cuenta que con la música podría transformar vidas y con la basura producir arte.
Esa tarde, sin señal de escrúpulo, padre e hijo disfrutaban de los alimentos que como es costumbre en la pequeña ciudad de Cateura, seis millas al sur de Asunción, cerca al río Paraguay, los niños les llevan a los mayores, desde sus casas, al relleno sanitario donde la mayoría trabaja.
La imagen lo conmovió. Favio Chávez estaba frente a una situación que en las cátedras universitarias no se le advirtió. Tampoco cuando decidió trabajar con residuos imaginó que el corazón se podría arrugar de tal manera con una escena que para cualquier colega suyo debería ser paisaje.
Era el momento de hacer algo más allá de procesos sanitarios y técnicos. Recordó que parte de lo que era profesionalmente, un ingeniero ambiental con estudios de filosofía, se lo debía a la música, al arte. Y ese camino podría ser el que transitaran esos chicos.
No sería fácil. Tantos años de abandono estatal y miseria habían permeado, profundamente, a la comunidad del basurero a cielo abierto. La violencia, el hurto y las drogas conviven entre desechos y gallinazos en un asentamiento hecho de casas de cartón y madera y en el que habitan cerca de 10.000 personas.
“Me di cuenta que había niños que necesitaban oportunidades, que estaban expuestos a la violencia, a las drogas. Son familias que viven al lado de una montaña de basura”, comenta.
Se acercó. Los conoció y con un viejo violín que tenía en casa los comenzó a enamorar de los sonidos que producen melodías, esas que llegan al alma: Mozart, Bethoven y algo de folclor, hasta Lucho Bermúdez.
Pocos días pasaron, semanas quizá, y ya un puñado de los chicos de uñas negras de mugre y cara manchada por el sol empuñaban el instrumento que—se sonroja Chávez al recordar—valía el doble de lo que cuesta el rancho que habita cada uno de los niños.
“Yo tenía instrumentos para facilitarles, pero era muy difícil ponerlos en las manos de ellos. Un niño de estos vive en una casa de cartón que si mucho costará 100 dólares, pero el violín cuesta 200”, asevera, y agrega que esa situación lo llevó a explorar alternativas.
El que, si bien los niños no tuvieran recursos económicos para costearse los instrumentos, pero les sobrara ganas de aprender, fue el principal insumo para que Chávez no se detuviera en su propósito.
Conoció un reciclador que por su dominio de esa actividad y los materiales que llegaban, a diario, desde cada rincón de Asunción, podría ayudarle a desarrollar la idea. Juntos fabricaron un primer violín con basura extraída del relleno de Cateura.
“Inicialmente fue algo muy básico, pero que sería con el fin de entretener y enseñar música a los niños, a veces, tan distantes a esa experiencia”, confiesa.
Acepta que lo sorprendió la constancia de los niños. Primero 10 y mes tras mes fueron aumentando. El método de aprendizaje cambió. Al tiempo que la planta de alumnos, que en un comienzo recibían clase en sus ranchos, se hizo más grande, siguió fabricando instrumentos.
Los tarros de pintura, latas de atún y sardinas que encontraran en el relleno eran objetos preciados para hacer tambores. La madera la tomaban como un premio. Con ella hacían las cajas de resonancia. Otros materiales los utilizaban para clavijas y cuerdas. Así lograron tener, en un año, cerca de 200 instrumentos.
“Hoy tenemos la orquestas y son 70 los chicos, la mayoría de la zona del basurero. Damos conciertos y las escuela está en construcción, también cerca al relleno”, acota, y añade que tienen violonchelos, contrabajos, guitarras y percusiones, hechos con material reciclable.
En Cateura todos tienen que ver con la orquesta y la escuela de música. Los niños sueñan con iniciar en ella.
Son 300, que se calcula avanzan en el proceso. Los que demuestran más aptitud y disciplina ascienden al grupo principal que hoy hace parte de la Orquesta de Reciclados de Cateura.
La agrupación ha recorrido más de 40 países del mundo. Tiene agenda de conciertos y, por fin, está recibiendo apoyo privado, con instrumentos de calidad, por ejemplo.
Sus interpretaciones van desde melodías de Bethoven hasta canciones de Metallica, pasando por folclor paraguayo. Una de las interpretaciones infaltables es Colombia Tierra Querida, confiesa Chávez.
“Escucharlos siempre es un placer”, dice Isa Rodríguez, una de sus fans en la página de Facebook que tiene la orquesta. “Niños que hacen música de la basura y potentados que hacen basura de la música... suena cuando menos paradójico”, escribe, en el mismo medio, Adaro Geva Udan.
Aún no se presentan en Medellín, pero Chávez sueña con el momento. Por ahora, recorrió la ciudad con motivo del Foro Mundial Ciudades Bajas en Carbono que se realizó la semana pasada.
Quedó fascinado con el trabajo que se hizo en Moravia, un asentamiento de la ciudad hecho de basura y que se recuperó para ser un gran jardín. De allí, Wílmar Mesa, un chico de 11 años, como los de Cateura, también sueña con ser, de grande, un hombre ejemplar.
“Soy parte del grupo Los Guardianes, integrado por 120 niños del sector que reciben capacitación para convertirse en vigías del cerro y sus jardines”, cuenta, orgulloso.
En Moravia, del pasado de enfermedades y abandono, generados por la basura que inconscientemente produce la sociedad, hoy se desprenden iniciativas sociales y culturales y así lo admite Alicia Hernández, del grupo Mujeres Siempre Unidas.
Chávez quiere replicar en Cateura el ejercicio del Centro Cultural de Moravia, creado en Medellín para impulsar proyectos empresariales y artísticos en esa comunidad. También, invita a que recojan su experiencia y que la apliquen.
Mientras tanto, sin pretender borrar el pasado, sigue con su niños, motivado como el primer día que los acercó al arte y siempre con la premisa de “si el mundo nos envía basura, nosotros le devolvemos música”.
Además de hacer instrumentos con material reciclable, el paraguayo Favio Chávez ha dedicado parte de su vida a enseñarles música a niños de una comunidad impactada por un basurero.