Por mal estudiante, a Auguste Rodin, el de El Pensador, lo echaban de la academia. Sin embargo, fue él quien logró sacar el arte de la escultura del letargo en que se hallaba, tan grande que el poeta Charles Baudelaire decía que era tan aburrida como un código civil.
Hoy se cumplen 100 años de la muerte de este hombre que dejó su nombre grabado entre los más grandes del arte.
Para el escultor Miguel Ángel Betancur hablar de Rodin es hablar del artista excelso. “Hay tres referentes en la historia de la escultura —sostiene Betancur—: los griegos, desde sus inicios hasta la época helenística; Miguel Ángel Buonarroti, del renacimiento, que es un eterno presente, y Auguste Rodin, en el siglo XIX.
En cuanto al adormecimiento en el que estaba la escultura, Miguel Ángel explica que había caído en lo evidente. En un perfeccionismo vacío en el que se valoraba que la figura tuviera gran parecido con el original; lo bonito. Carecía de profundidad, expresión y fuerza, que fue lo que vino a imprimirles Rodin.
El escultor Salvador Arango dice, por su parte, que durante ese tiempo de monotonía, tal vez el único escultor que se destacó fue Jean-Baptiste Carpeaux, también francés del siglo XIX, cuya obra La danza se aprecia en el Museo de Louvre.
“Rodin se salió de los moldes. Dio a sus obras su lenguaje, lo cual es esencial en el arte. Lo aprecio mucho, aunque no es el escultor que más admiro”.
Rodin conoció Carpeaux. Dicen los biógrafos que a esa época corresponde su escultura La máscara del hombre de la nariz rota, criticada en su momento por esa idea imperante de que la escultura debía retratar lo bello y lo perfecto.
Nacido el 12 de noviembre de 1840 en una familia humilde de origen normando, o sea, escandinavo, su papá, Jean-Baptiste, se radicó en París en 1830 y trabajó como mensajero en la policía. Su mamá fue Marie Cheffer.
Cuando murió su hermana, entró al seminario. Uno de sus maestros, al ver su destreza manual con el barro, le encargó un retrato. Al ver el resultado, le sugirió que siguiera en el arte y abandonara la congregación porque en ella estaba perdiendo el tiempo.
Que no diera puntadas en la academia no quiere decir que no estudiara. Lo hacía por su cuenta. Uno de esos estudios fue el de la obra de Miguel Ángel. Viajó a Florencia y allí, frente a las esculturas, descubrió detalles. Apareció entonces La edad de bronce, que generó discusión entre los críticos y su nombre se escuchó más. Comenzó a trabajar en La puerta del infierno para un homenaje a la Divina Comedia, de Dante. El Pensador. Bailarinas. Y el Balzac, obra preferida de Betancur.
“Para esa obra, comenta Arango, Rodin estudió mucho al escritor, desnudo, vestido.”
La Sociedad Nacional de las Bellas Artes, que se la encargó, rechazó el modelo en yeso, por representarlo ¡en bata de baño! Y Rodin no vio su obra fundida en bronce.
Enamoradizo y salido de moldes, Rodin se casó en 1917 con la mujer que siempre lo amó: Rose Beuret. Ella murió a los pocos días del matrimonio. Él contrajo una fuerte gripa y falleció también.
El Pensador está ahí, con su mano en la cumbamba, mirando al suelo en París, San Francisco, Tokio, Moscú, Buenos Aires, México, Estocolmo, Nueva York y Bruselas, y eso que no son todas las ciudades en las que hay originales múltiples. Está, además, en el imaginari.o de la gente. Este artista autodidacta consiguió que el mundo pensara en su obra