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30 años de la Libertadores: el día que Nacional unió dos ciudades

Nunca Medellín y Bogotá estuvieron tan cerca como hoy hace 30 años, cuando las calles capitalinas fueron una extensión de esta ciudad.

  • Nacional llenó dos estadios en menos de 24 horas. Se habla de una asistencia de 70.000 espectadores, sumando los asistentes en Bogotá (31 de mayo) y los que honraron al equipo en en Atanasio (1 de junio). FOTOs archivo
    Nacional llenó dos estadios en menos de 24 horas. Se habla de una asistencia de 70.000 espectadores, sumando los asistentes en Bogotá (31 de mayo) y los que honraron al equipo en en Atanasio (1 de junio). FOTOs archivo
  • Francisco Maturana se acerca a la prensa para mostrar el trofeo. Hubo periodistas hasta de Brasil ese día.
    Francisco Maturana se acerca a la prensa para mostrar el trofeo. Hubo periodistas hasta de Brasil ese día.
  • El collar de arepas fue la forma de darle el toque propio al trofeo que ese año cumplía 30 años de creado.
    El collar de arepas fue la forma de darle el toque propio al trofeo que ese año cumplía 30 años de creado.
  • Viajeros de la excursión que organizaron Rodrigo Arboleda y Henry Álvarez. Fueron 10 buses en total.
    Viajeros de la excursión que organizaron Rodrigo Arboleda y Henry Álvarez. Fueron 10 buses en total.
  • Tan pronto acabaron los penaltis, cientos de hinchas se colaron hasta el campo en busca de un recuerdo.
    Tan pronto acabaron los penaltis, cientos de hinchas se colaron hasta el campo en busca de un recuerdo.
  • Jonh Jairo Tréllez, héroe en la serie ante Millos, en Bogotá, recibe la medalla seguido por Andrés Escobar.
    Jonh Jairo Tréllez, héroe en la serie ante Millos, en Bogotá, recibe la medalla seguido por Andrés Escobar.
  • Sin la parafernalia de estos tiempos, los jugadores recibieron el trofeo en una modesta mesa. Fotos archivo
    Sin la parafernalia de estos tiempos, los jugadores recibieron el trofeo en una modesta mesa. Fotos archivo
  • 30 años de la Libertadores: el día que Nacional unió dos ciudades
31 de mayo de 2019
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A mitad de camino, y a palo seco, a Rodrigo Arboleda solo le quedaba frotarse las manos cada tanto y recrear en su cabeza, una y otra vez, los incontables escenarios para el final perfecto de ese día.

Hacía seis horas Medellín había quedado atrás y ahora él avanzaba por la oscura carretera en uno de los 10 buses que componían su excursión y que completaban la flota de 700 que formaban, junto a cientos de taxis, motos y camiones, la peregrinación más grande en la historia del fútbol colombiano.

“La autopista Medellín-Bogotá estaba recién inaugurada, pero tenía muchos tramos destapados. El polvo que se levantaba se nos pegaba hasta en la ropa”, recuerda Rodrigo, socio, junto a Henry Álvarez, de la heladería Linares. Ambos habían estrenado un año atrás la idea novedosa de hacer excursiones con hinchas. “El cupo en bus, más boleta de oriental para la final, valía cuatro mil pesos”, resalta.

Y mientras la romería se aproximaba a la capital, las calles de Medellín acusaban la ansiedad en ebullición.

En el momento en que la caravana aguardaba a las afueras de Bogotá para invadir lentamente una parte de la Capital, a las ocho de la mañana, el vuelo 101 de Avianca se preparaba para despegar del aeropuerto José María Córdova con 29 almas que, de una u otra manera, quedarían unidas para la posteridad a partir de esa noche.

Jugadores y cuerpo técnico, acompañados por el presidente Sergio Naranjo y el utilero Francisco Jaramillo tomaban rumbo a Bogotá, donde el vuelo contratado por la agencia Galaxia Tour, en el que viajaba María Edilma Vélez con poco menos de un centenar de personas, había arribado antes de la madrugada de ese frío 31 de mayo capitalino, adelantándose al éxodo de las siguientes horas.

“Recuerdo que cuando me fui a bajar vi en el piso del avión un volante que decía: ‘Bogotá, el barrio más grande de Medellín’. Guardé ese papelito de billetera en billetera durante años”, rescata de su memoria María Edilma, directiva regional de Conavi en ese entonces.

Edilma confiesa que había en el aire cierto espíritu de revancha. Bueno, de desahogo, más bien. “En apenas cinco meses ya había pasado todo lo malo que uno pudiera imaginar en el país. Además, ya en lo deportivo, la hinchada se sentía un poco ultrajada. Los paraguayos, sobre todo su técnico Luis Cubillas, estaban muy sobradores, y a diferencia de la prensa antioqueña, la bogotana tenía cierto tufillo de envidia. Cerca a El Campín, en la carrera 30, que se inundó de hinchas verdes, escuché una hora antes de entrar al estadio una copla: ‘Quedate tranquilo Cubillas/ no te hagás ilusiones/ que a Pacho y sus muchachos sí les sobran pantalones”, evoca.

Enfermedad verdolaga

En uno de los 14 vuelos directos hacia Bogotá que despegaron en el transcurso de la mañana cargados de aficionados, David Guzmán desmenuzaba el momento más dulce sus 13 años de vida.

Apenas horas antes, su corta edad había frustrado la posibilidad de viajar en bus. Pero su enfermedad, literal, por Nacional, había logrado que su tía, hincha del DIM, lo invitara para ver la final desde la mejor tribuna. “Resulta que mi tía era novia del cantante Fausto y él consiguió entradas. Mi tía me escogió entre todos mis primos porque era tanta mi pasión por Nacional que dos años antes, cuando perdimos la oportunidad de ir a Libertadores por dos penaltis desperdiciados ante América, me enfermé horrible. Fue un premio a mi enfermedad verde”, cuenta entre risas David, actualmente asistente editorial del periódico Universo Centro.

En Medellín, el letargo de las horas vespertinas, que parecían no correr, agudizaba la ansiedad. La industria textil se había encargado de inundar avenidas y glorietas con camisetas piratas que normalmente se conseguían, casi siempre, en el Diamante.

El Campín parecía el estadio más grande del mundo. El sobrecupo no quedó como versión oficial pero sí en la memoria de los presentes. “Yo me sentía un mero grano de arena en una marea. El estadio se mecía de un lado al otro”, rememora Guzmán.

Rodrigo, María Edilma, David, todos ellos granos de arena en la marea de un júbilo que ninguno había vivido.

En Medellín los estallidos de pólvora y alaridos en la calle le recordaban, incluso hasta los que veían el partido solos, o en medio de alguna tribulación, que también hacían parte de la alegría colectiva.

El partido transcurrió como una sucesión de imágenes confusas. El aguardiente ilícito corría por la tribuna como analgésico necesario. Entre tanto, con los dos goles asegurados para igualar la serie, Rodrigo afrontaba el peor de los escenarios que había pensado mientras planeaba el ingreso a la cancha, aprovechando que los policías estaban extasiados con la tanda de penaltis.

De su incursión a la grama, la misma que acabaría en los bolsillos de cientos de personas, Rodrigo se llevó minutos después como botín la camiseta de John Jairo Carmona -foto silueta-. El tesoro lo guardaría con recelo por años.

A David lo nublaba el recuerdo de los dos penaltis del 87 ante América que lo enfermaron, cuando Julio César Falcioni detuvo los disparos, puso a arder las tribunas del Atanasio y dejó fuera a Nacional del torneo que ahora tenía a un penalti de distancia.

Fueron 14 minutos de agonía para él, para miles. “Un señor, creo que era bogotano, viéndome llorar me dijo: ‘tranquilo mijo, esto lo ganamos. Con esas simples palabras tuve para estar seguro”, sentencia David.

Leonel Álvarez se paró frente al balón. Se distanció cinco pasos. Hubo un silencio. Entonces tomó aire y se lanzó hacia la pelota. Gol y título.

Medellín sonrió, al fin sonrió. Mientras, en el Campín, un pregón pagaba con creces la hospitalidad inolvidable: “Bogotá, gracias Bogotá...”.

Síntesis del partido

NACIONAL 2 (5)


Técnico: Francisco Maturana.
Jugadores: René Higuita; Gildardo Gómez, Andrés Escobar, Luis C. Perea, León Villa; Felipe Pérez, Leo Álvarez, Alexis García, Luis A. Fajardo; J.J. Trellez y Albeiro Usuriaga.
Goles: Miño (autogol, 46’) y Usurriaga (65’). Penaltis: Escobar, Usu, Tréllez, Higuita y Leonel (marcaron); García, Pérez, Gómez, Perea (fallaron).

OLIMPIA 0 (4)

Técnico: Luis Cubillas.
Jugadores: Ever Almeida; Fidel Miño, Gustavo Benítez, Herio Chamas, Roberto Krausemann; Jorge Guash, Vidal Sanabria, Rafael Bobadilla; Gustavo Neffa, Raúl Amarilla y Alfredo Mendoza.
Penaltis: Benítez, Chamas, Mendoza, Amarilla (marcaron); Almeida, Chaves, Guash, Balbuena y Sanabria (fallaron).

Estadio: El Campín. / Árbitro: Juan C. Loustau (Argentina). / Asistentes: Francisco Lamolina y Jorge Romero (Argentina)./ Asistencia: 48.000 aficionados.

*Ida: 2-0 en Asunción

“UN DÍA QUE LE ROBAMOS A LA TRISTEZA”

Dos ciudades unidas por la gloria

Luis Alfonso “Bendito” Fajardo, ¿cómo vivieron las horas previas al vuelo a Bogotá?

“Fatales (risas). La noche fue durísima. Estábamos muy tensionados. Pero, al otro día, en el recorrido entre el hotel en Llanogrande y el aeropuerto, cuando vimos el reguero de gente armando fiesta a esa hora (7:00 a.m.) y con ese frío, empezamos a disfrutar”.

¿Tuvo algún rito especial para ese partido?

“Mi secreto siempre fue llamar a mi madre antes de un juego especial. Ella siempre tuvo el don de tranquilizarme con su bendición. Ese era mi rito. Fue igual, por ejemplo, antes enfrentar a Alemania en el Mundial del 90”.

¿Y el grupo tenía algún rito?

“Yolandita Ramos (trabajadora de servicios generales del club) fue vital en nuestra parte espiritual. Con toda la devoción tomaba nuestros uniformes y los bendecía rociándoles agua bendita. La fe del grupo nos sacó a flote a lo largo de toda la campaña cuando tuvimos que remar contra todos los pronósticos”.

¿Cómo vivió el partido su familia?

“Mi mamá atravesaba en ese momento una penosa enfermedad. Entonces mi padre estaba acá en Medellín acompañándola en casa”.

¿Tiene fielmente vivo el momento del penalti de Leonel?

“Yo salí del partido a los 85 minutos y me hice al lado de Pacho y ahí me mantuve. Con cada penalti todo el mundo era un mar de nervios, pero el rostro de Pacho permanecía inalterable. Entonces quise estar muy cerca de él para intentar que se me pegara esa tranquilidad. Y cuando “Leíto” se paró frente al balón yo ya estaba cobijado por la serenidad de Pacho”.

Y del feliz caos que vino después, ¿qué recuerda?

“Que todos los hinchas nos quitaban la ropa mientras nos felicitaban y abrazaban. Pero al final nos tocó meternos al camerino y ponermos cualquier cosa para volver a salir porque hasta la ropa interior, si les dábamos chico, nos pedían” (risas).

¿Cuándo llegó el momento de sosiego, de asimilar un poco lo que habían logrado?

“Cuando recibimos el título y las medallas cruzamos entre nosotros algunas palabras entrecortadas por la alegría. Recuerdo que varios dijimos que al menos les íbamos a ganar un rato a los problemas de orden público que nos azotaban. Que al menos por un día la gente buena y, hasta los que tenían el camino equivocado, iban a estar tan ocupados celebrando que no habría tiempo de violencia, carros bomba, ni nada de eso. Eso fue muy reconfortante”.

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