La casa de la familia Vargas Hernández, en el barrio Primero de Mayo en Valledupar, se convirtió, la noche del 31 de mayo de 1989, en una auténtica extensión de la tribuna del estadio El Campín de Bogotá.
Así la describe el cantante vallenato Heberth Vargas, quien, con 17 años en esa época, disfrutó con su familia y vecinos el primer título de un equipo colombiano en un certamen internacional como la Copa Libertadores.
“Ese momento fue muy especial, habíamos acabado de comer, y mi mamá (Rosalba), mis hermanos y yo nos sentamos frente al televisor en la sala. Yo lo hice en un mueble al lado de mi mamá, que siempre ha sido muy amante del fútbol. Ella estaba emocionadísima. Pero en los penales todo fue sufrimiento”, cuenta este hincha del verde y exintegrante de los Gigantes del Vallenato.
Pero las emociones no terminaron ahí. “Cuando patearon los penaltis y Leonel (Álvarez) la metió, todo fue una algarabía. Mis dos hermanos, que estaban sentados en el suelo, saltaron de la emoción, mi mamá me abrazó y tras ver la premiación, abrimos la puerta de la casa y vimos pasar una gran caravana de hinchas. Y recuerdo que me lanzaron de todo, terminé blanco por la harina (risas)”, relata.
Heberth recuerda que aquella noche y a pesar de la alegría a su alrededor, siempre fue el más mesurado de los cuatro. “Es que apenas estaba empezando a sentir ese fervor de ser seguidor de un equipo de fútbol, pero igual me lo gocé. Me volví más hincha cuando llegué a Medellín hace 24 años. Hoy, no me pierdo un partido en el Atanasio, porque siento orgullo de ser uno de muchos hinchas costeños de Nacional y de recordar que en nuestra Costa se celebró mucho ese triunfo pese a ser de un equipo cachaco. Es que esa Libertadores nos unió a todos”.
“El día que todos fuimos Leonel”
En 1989, el concejal de Medellín Jaime Cuartas era un estudiante de séptimo grado del desaparecido colegio Fray Rafael de la Serna. Cuenta que como cada miércoles, ese día tuvo clase de Educación Física. “Mi amigo Herman Gonzáles y tres compañeros más, jugamos fútbol. Salimos de estudiar, y seguimos practicando en las calles del barrio San Benito para controlar los nervios de la final. Esa tarde peleábamos por ser Albeiro Usuriaga, Andrés Escobar, Alexis García o hasta ‘Bendito’ Fajardo. Pero a las 5:00 p.m. paramos el partido y corrimos a casa. Allí, con el ambiente perfecto que preparó mi mamá: bombas verdes y blancas, comida y vestidos con la camiseta de nuestro equipo, todos estuvimos frente al televisor a las 8:00 p.m. sufrimos, gritamos y celebramos el mejor Nacional de nuestra historia.
Al miércoles siguiente, cuando salimos de clase, hicimos de San Benito un Campín, y mientras pateábamos al arco, todos sin excepción, fuimos Leonel Álvarez”.
“Me volé de clase para ir a la final”
La final de Nacional tomó por sorpresa al actor Christian Tappan. Ese 31 de mayo, el actor, que para ese entonces tenía 17 años y cursaba grado noveno en el colegio Gimnasio del Norte, se vio sorprendido por un amigo al que lo apodaban “El paisa”. “Yo estaba en mi escritorio, al lado de una ventana y este hombre me grita: ¡hermano le tengo su boleta para la final, camine pues!”, narra el actor de la serie de Netflix, Distrito Salvaje. “Yo no lo dudé y me volé de clase para ir a la final. Fuimos a la casa de él y recogimos una bandera gigante. Llegamos a las 3:00 p.m. al estadio. Entramos a sur, con todas las barras de Medellín y en todo el partido no dejamos de gritar. En la definición de los penaltis, que fueron en el otro arco (norte), lo único que veía era a René Higuita tapar. Luego fue una fiesta la berraca. Grité, salté, lloré... amanecí celebrandoen Chapinero”.
“No entendíamos la magnitud del título”
Pablo Marcelo Maturana, el mayor de los cuatro hijos de Francisco Maturana, tuvo “el privilegio”, como lo describe, de acompañar a su papá ese 31 de mayo en el estadio El Campín. Tenía 12 años cuando entró a ese escenario atiborrado de gente, “era como si todo Medellín hubiese estado en las tribunas. Yo estaba en occidental, junto a todas las familias de los jugadores. Mi tía Elvia (Maturana Agudelo) vio el partido conmigo, fue muy emocionante. Estaba pendiente del partido, pero me dejé absorber más por el entorno. Cuando terminó el juego y ganaron el título fue una histeria colectiva. No entendíamos la magnitud del título, de lo que el equipo había logrado. En cuanto pude salí corriendo a abrazar a mi papá, estaba lagrimeando. Ahí en la cancha, lo que más recuerdo es ver saltar abrazados a René Higuita y a Leonel Álvarez. Esa imagen nunca la olvidaré”.