Pareciera que la interminable racha de derrotas de Fernando Gaviria no fuera más que un drama giocoso o el guión de una ópera bufa, pero, en realidad, no da risa. Desde su triunfo en la etapa 3 del Giro de Italia 2019, un 13 de mayo, el antioqueño no ha vuelto a celebrar en una gran vuelta, aunque sí ha registrado victorias en carreras de menor rango como el Tour de Polonia y el Tour de Omán.
Ya son tres años y cinco días sin levantar los brazos en una meta gigante, y es tal la impotencia del nacido en La Ceja, que ya no sabe cómo explicar su flaco rendimiento. “Pensé que el viento estaba dando de cara, pero me dijeron que estaba dando de culo”, dijo tras finalizar la fracción de ayer, entre Santarcangelo di Romagna y Reggio Emilia, sobre 203 kilómetros.
Esos caminos de la Emilia Romagna ya eran conocidos para el velocista del UAE, pues allí había vencido en dos ocasiones en 2017. Sin embargo, es tal su mala suerte, que ni siquiera ayer, sin Cavendish, Demare o Ewan en el retrovisor, pudo cruzar primero.
Le ganó un joven italiano, Roberto Dainese, del DSM, quien nunca había vencido en el tríptico de las grandes, y tan solo sumaba dos victorias como profesional. Todo un desconocido.
“Si me ganó es porque es bueno, y veloz”, se resignó a decir Gaviria, antes de subirse al bus de su equipo, ya pensando en la etapa de este jueves, cuando la corsa rosa vaya de Parma a Génova, en 204 kilómetros, ese territorio en el que se hizo grande el mito de Faustino Asprilla, el futbolista con piernas de gacela que enamoró, incluso, a la Cicciolina, esa inefable mujer que se daba gusto con cada voltereta del tulueño.
Quizás el ángel de Faustino insufle de aire nuevo a Gaviria, y entonces el antioqueño pueda dar una voltereta ganadora que lo devuelva al mundo de los vivos, y de los ganadores.