Wilson Díaz Sánchez
Los días de Andrés Rueda transcurren entre canchas de fútbol playa y sonidos de música ranchera. Es pívot de la Selección Colombia y trompetista del Mariachi Vásquez, agrupación que lidera su papá. En ambos, dicen quienes los conocen, es crack.
Tiene 26 años y creció en el barrio Robledo Bello Horizonte de Medellín. Hace 12 meses, después de mucho esfuerzo, alcanzó un lugar en el conjunto tricolor que lo ha llevado a jugar partidos en Bahamas y Costa Rica, en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Mar y Playa de Santa Marta, en el Sudamericano en la misma ciudad y en la Copa América de Argentina donde la Selección alcanzó la clasificación al Mundial Fifa que se realizará en febrero del próximo año.
Cuando relata su historia en el balompié señala que en su infancia comenzó en el club Juego Limpio de Altamira, en el que hizo el proceso que más tarde lo llevó a las fuerzas básicas del Envigado FC, donde solo estuvo una temporada. Una lesión de tobillo frenó su andar. A pesar de que apenas tenía 15 años, sentía que a esa edad ya debería estar tocando las puertas del profesionalismo y decidió emprender otro camino.
De la camada que le tocó en el conjunto naranja recuerda a Iván Rojas (hoy en Santa Fe), David Rivas (Águilas Doradas), Neyder Moreno (Nacional) y David Agudelo (arquero de Cúcuta). Una exigente competencia de la cual era consciente.
“Me lesioné y durante la recuperación empecé a trabajar con el mariachi, y me quedé en eso. Pero igual toda la vida he jugado”, cuenta el deportista con voz clara y segura. No en vano el fútbol playa le reservó un lugar que también le permitió vincularse al equipo Wintipanthers, de Suiza, con el que suma dos campañas con balance de dos subtítulos en ese país. Este año fue segundo en la tabla de goleadores.
Durante el verano va y juega dos o tres meses y regresa a Colombia. Confiesa que allá no tiene remuneración, pero esa experiencia y roce elevó su nivel que lo llevó a la Selección.
Sabe que por ahora está sembrando para más tarde recibir recompensas. Por ejemplo, sus compañeros antioqueños Eduardo López y Juan Fernando Ossa, capitán y creativo de la Tricolor, acaban de jugar, pagados, la Prelibertadores en Chile. “Uno va haciendo una carrera y más tarde puede abrir la boca y decir: cobro tanto, estos son mis números, llevo tanto tiempo en Selección... Por el momento no he cobrado, pero la idea es vivir de lo que a uno le gusta que es el fútbol”.
También se ilusiona con que en Colombia mejoren las condiciones y en el futuro él y sus colegas puedan tener un sueldo, como en sucede Paraguay (ya ganó una Copa América), El Salvador (allá es el deporte más popular) y Brasil (los ricos de Sudamérica). La Liga más cara del mundo es la rusa, y en Israel, Italia y España tambien pagan bien. Allá está su mira.
El gusto musica
Su padre, de nombre Dielber Rueda, cantante y violinista, es el dueño del Mariachi Vásquez. Andrés dice que su pasión por la música “despertó más bien tarde, luego de la lesión, cuando me sacaron de Envigado y no quise jugar más”.
En ese momento empezó a descubrir un talento innato y asimilaba rápido las enseñanzas. Lo inscribieron en clases de trompeta en la red de escuelas de Medellín y le gustó. “Con eso me gano la vida”, anota el hermano Ricardo, que también trabajó con ellos pero ya se retiró.
La combinación de la música con el fútbol playa, al comienzo, resultó compleja para él. Recuerda que entrenaban los domingos a las 6:00 de la mañana. “Yo terminaba de trabajar a las 4:00 a.m. dormía una hora y me iba a las prácticas. Mi objetivo siempre fue ganarme un puesto y estar entre los buenos, no iba por hacer deporte, sino que quería sobresalir”.
En semana también laboraba con el marichi en alguna finca de San Jerónimo o Santa Fe de Antioquia, y a pesar de llegar tarde a casa, nunca faltó a los entrenamientos. Su mamá, Amparo Manrique, quien se dedica al transporte escolar, fue otro gran soporte.
Si tuviera que elegir entre las dos actividades, Andrés la tiene clara: “Mi papá me ayudó a decidir. Cuando clasificamos al Mundial me dijo que eso era lo que me había gustado a mí, la pasión desde niño. Que si a él le tocaba mantenerme y yo no volviera a tocar con el mariachi, que me quedara tranquilo, que podía jugar playa toda la vida”.
Por ahora el balón es la prioridad, aunque mientras está en Medellín y los tiempos le dan, combina las dos pasiones que han copado su vida y que le exigen dedicación y disciplina. El ambiente en ambas impera la alegría, eso es lo que le gusta, y lo matienen aferrado a ellas. Tuvo la fortuna de que desde niño su papá lo cuidó para que no consumiera licor ni dejara meterse en lo que él llama “el mundo de la noche”. Siempre ha ido del trabajo a la casa o a las canchas, en las que busca emular a Bruno Xavier, capitán de la selección de Brasil y bicampeón del mundo. Más tarde, cuando no pueda responder al alto rendimiento en las canchas, seguramente seguirá más de lleno los pasos de otro de sus ídolos, el trompetista José Hernández, dueño del mariachi Sol de México.