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Volar y clavarse como un alcatraz

Daniel Restrepo y Daniela Zapata hacen parte del Club Alcatraz, líder en formación de esta modalidad de la natación.

  • Volar y clavarse como un alcatraz
06 de febrero de 2018
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Daniel y Daniela se acostumbraron al miedo. Cada vez que se paran al borde de la plataforma de diez metros y miran el fondo azul del pozo de clavados, inevitablemente piensan: “juemadre, esto está muy alto”. Luego visualizan el salto y se lanzan con la tranquilidad del que sabe que todo va a salir bien, aún cuando el más mínimo error puede ser fatal. Y si usted no sabe cuánto son diez metros, haga de cuenta que está mirando el pavimento desde el balcón de un quinto piso.

Si el agua los recibe con suavidad, como si las moléculas de hidrógeno y oxígeno apenas rozaran su piel, entonces saben que fue un clavado perfecto. En cambio, si la ejecución fue mala, el golpe avisa. Una caída de diez metros tarda alrededor de 1,5 segundos; eso significa que cuando tocan la piscina, sus cuerpos pueden ir a 50 kilómetros por hora. A esa velocidad, el agua es afilada como un cuchillo.

Además de su nombre y el deporte que practican, Daniel y Daniela tienen muchas cosas en común. Ambos son hijos únicos, aman la comida rápida y sueñan con una medalla olímpica. Los dos son más bajitos que otros muchachos de su edad, lo que les da una pequeña ventaja frente a sus competidores -ella, con 16 años, mide 1,50 metros; y él, con casi 18, mide 1,65-, y decidieron entregarle su vida al deporte, aunque tengan que entrenar seis horas diarias y sacrificar las experiencias que otros jóvenes creen indispensables. Aún así, para llegar a donde están, tuvieron que enfrentar retos muy distintos.

Él, Daniel Restrepo, empezó en los clavados cuando tenía apenas tres años. A esa edad, los médicos le diagnosticaron hiperactividad y a su mamá le recomendaron que canalizara la energía del niño a través de algún deporte.

Después de ganar su primera medalla de oro, a los cinco años, Daniel no ha dejado de cosechar frutos. Ha sido dos veces campeón panamericano, se montó a lo más alto del podio en dos Juegos Suramericanos y fue finalista en el Mundial. Este año, su objetivo es volver a esa cita con toda la energía para asegurar un cupo en los Juegos Olímpicos de Tokio-2020.

“El clavado perfecto es una combinación de técnica, elegancia, elasticidad, fuerza, buena altura y una entrada al agua perfecta: entre menos salpique, mejor es el clavado”, dice.

Contra viento y marea

A los nueve años, a Daniela Zapata le dijeron que estaba muy vieja para perseguir su sueño: ser una clavadista profesional. Su obstinación, sin embargo, fue más fuerte que las recomendaciones de los técnicos, y con mucho entrenamiento logró pisar los talones de los niños que empezaron a nadar desde chiquitos.

Aunque sabe que haber iniciado en los clavados a una edad “avanzada” le puede traer desventajas, Daniela aprendió que lo más importante es la actitud.

“Antes era miedosa con todo. Me daba miedo subir diez metros, porque eso tan alto, pero igual me apasionaba, porque es algo extremo”, cuenta la deportista.

Aparte de la carga de adrenalina que implica saltar a una piscina desde un quinto piso, a Daniela le encanta estar en contacto con el agua. “Desde pequeña le he dado lidia a mi mamá porque, cuando me metía en la bañera, nunca me quería salir”, relata la muchacha que vive en el barrio Pachelly del municipio de Bello.

En 2018, su objetivo es alcanzar medallas en los torneos a los que asista y conseguir un cupo para los Juegos Olímpicos de la Juventud .

Sara López

Este artículo se publicó en el aniversario 106 de EL COLOMBIANO, con Sara López como director invitado.

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