Hace sólo tres meses nadie creía que sería posible que el Congreso de EE. UU. aprobara una reforma migratoria integral en el corto plazo.
Todo el mundo reconocía que el sistema de inmigración era un desastre que necesitaba ser reparado, pero por razones políticas era complicado realizar cualquier avance serio.
Muy pocos eran los temas más divisorios y que generaran un debate más apasionado. Sin embargo, justo después de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el 6 de noviembre, los pesimistas se hicieron mucho más optimistas sobre las perspectivas de una reforma real.
El voto latino demostró ser decisivo en la reelección del presidente Obama, quien obtuvo más del 70 por ciento del voto latino, razón por la cual de inmediato hizo de la reforma migratoria una de sus más altas prioridades de su segundo mandato.
Para los republicanos, que en el pasado les había ido mejor con los votantes latinos (George Bush recibió más del 40 por ciento en 2004), la derrota fue un "llamado de atención" que exigió un cambio radical en el pensamiento de línea dura del partido sobre la inmigración.
A la luz de los profundos cambios demográficos del país, no era políticamente inteligente pedir la "autodeportación (como Mitt Romney lo hizo en la campaña) como una solución al problema de la inmigración.
Para los latinos, la inmigración está lejos de ser el único tema, pero es muy importante.
Para poner la economía de los EE. UU. en un camino más productivo y reforzar el atractivo de ambos partidos políticos, la reforma migratoria tiene mucho sentido.
La semana pasada, un grupo bipartidista de ocho senadores influyentes presentó una propuesta, al igual que el presidente Obama.
Los elementos clave incluyen una mayor seguridad fronteriza, un programa de empleo para los trabajadores, y -lo más polémico- un camino hacia la ciudadanía para los 11 millones de inmigrantes no autorizados que viven en los Estados Unidos.
Aunque las propuestas varían en detalle, énfasis y secuencia, existe un acuerdo sobre los principios generales.
Las perspectivas desde la primera reforma migratoria en 1986 pueden ser mejor de lo que han sido en varios años (el último intento significativo, en 2006-7, falló), pero eso no quiere decir que vaya a ser fácil.
En la Cámara de Representantes, controlada por los republicanos, todavía hay una fuerte resistencia a cualquier medida que pueda interpretarse como una "amnistía".
Muchos seguirán insistiendo en el fortalecimiento de la seguridad en la frontera México-Estados Unidos antes de pasar a otro tema.
En el debate que viene, será importante informar a la opinión pública de Estados Unidos de las nuevas realidades.
El hecho fundamental es que, como resultado de una seguridad fronteriza más eficaz, la recesión en EE. UU., la disminución de las tasas de fecundidad y una mejora de la economía en México, existe hoy una migración negativa de México a los Estados Unidos.
Parte de la conversación alarmista que todavía se oye no está respaldada por pruebas sólidas.
La reforma migratoria está lejos de ser garantizada, pero hay una posibilidad razonable de que algo serio va a pasar este año.
La elección en Estados Unidos cambió todo.
Si Washington es capaz de aprovechar esta oportunidad, que tendría enormes consecuencias para la sociedad y la economía, también enviaría un mensaje positivo, no sólo a México, sino a América Latina y, de hecho, al mundo.
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