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Berlín, más allá del Muro

La capital alemana atrae a los turistas por su historia, pero es hoy una metrópoli megadiversa.

  • El río Spree es un lugar de encuentro para los berlineses, sobre todo para las parejas de enamorados. FOTOS Estefanía Carvajal
    El río Spree es un lugar de encuentro para los berlineses, sobre todo para las parejas de enamorados. FOTOS Estefanía Carvajal
  • Uno de los pocos tramos del Muro de Berlín que queda en pie se convirtió en una galería de arte, donde exhibirán una exposición de fotografía sobre la guerra en Siria hasta finales de septiembre.
    Uno de los pocos tramos del Muro de Berlín que queda en pie se convirtió en una galería de arte, donde exhibirán una exposición de fotografía sobre la guerra en Siria hasta finales de septiembre.
  • La catedral de Belín, construida entre 1895 y 1905, es el principal templo de la iglesia protestante alemana.
    La catedral de Belín, construida entre 1895 y 1905, es el principal templo de la iglesia protestante alemana.
10 de septiembre de 2016
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Casi todas las tiendas de recuerdos de Berlín ofrecen pequeños pedazos del muro que cayó el 9 de noviembre de 1989 y terminó con la división de la capital alemana -y por ahí derecho con la Guerra Fría-.

Por una módica suma de diez euros (alrededor de 33.000 pesos colombianos), usted puede llevarse a su casa un pedazo de historia pintado de verde, rosado o azul, y envuelto en una urna de plástico transparente. El souvenir perfecto para “descrestar” a las visitas: “mire, vea, en la sala de mi casa tengo nada más y nada menos que un fragmento del Muro de Berlín”.

Pero aunque el cuento le sirva para dejar a los vecinos con la boca abierta, es posible que el pedazo de concreto que le vendieron sea una falsificación. Según Asunta Foronda, una arquitecta boliviana que oficia como guía licenciada y vive hace 30 años en Berlín, los supuestos fragmentos que se han vendido en las tiendas de recuerdos desde 1989 serían suficientes para volver a construir el muro, que tenía 155 kilómetros de largo, al menos dos veces y media.

“Y así fueran pedazos verdaderos del muro -dice la boliviana-, no me gustaría tenerlos en mi casa”.

Asunta conoció la ciudad cuando las calles y plazas más importantes del centro se cortaban abruptamente por una pared de hormigón armado de 3,6 metros de altura. En las más de 300 torres de vigilancia, los francotiradores de la República Democrática Alemana -los socialistas del lado este- disparaban sin vacilar a todo aquel que intentara cruzar al lado capitalista. Más de 200 personas fueron asesinadas cuando trataron de saltar las barreras de la temible “franja de la muerte”.

Para los turistas, el pedacito de hormigón es sólo un recuerdo curioso de su viaje. Para Asunta, que vio con sus propios ojos la caída del muro y la celebró con sus compañeros de universidad, la división de Berlín es uno de los episodios más tristes de la historia reciente, y los pocos fragmentos del muro que quedan en pie son, antes que nada, píldoras para la memoria.

De eso, precisamente, está plagado Berlín: edificios, monumentos, museos y memoriales recuerdan los horrores de la Segunda Guerra Mundial y rinden tributo a las víctimas del holocausto nazi.

Y mientras los turistas visitan los lugares de memoria por curiosidad, los alemanes lo hacen por necesidad: los colegios berlineses llevan a sus jóvenes hasta el centro de operaciones de las SS -las fuerzas militares del nazismo-, a la avenida Carlos Marx -donde los soviéticos construyeron apartamentos de lujos para los obreros- y al monumento a los judíos de Europa asesinados. Si algo tienen claro los alemanes es que conocer la historia es fundamental para no repetirla.

Pero más allá del muro y de la guerra, Berlín es también una ciudad de jardines, parques, palacios renacentistas, restaurantes, bares, cafés, librerías y lujo; una ciudad donde conviven personas de todos los rincones del planeta sin que las diferencias culturales sean un obstáculo. Y ni siquiera el idioma, porque la mayoría de berlineses habla muy bien el inglés.

Los mismos alemanes que el mundo sigue relacionando con la lúgubre historia del nazismo hoy conviven mano a mano con musulmanes, judíos, cristianos, homosexuales, latinos y refugiados.

Esa otra Berlín es la viva muestra de una sociedad que aprendió de sus errores y se transformó en una metrópoli megadiversa. Por eso, la capital alemana es, sobre todo, una ciudad de contrastes.

Berlín, la histórica

A sólo una hora del centro de Berlín, en la población de Oranienburg, los nazis construyeron en 1936 el campo de concentración de Sachsenhausen, donde murieron en menos de diez años alrededor de 30.000 prisioneros.

Los opositores políticos, judíos, gitanos, homosexuales y testigos de Jehová que fueron encerrados en Sachsenhausen eran obligados a trabajar en las industrias de armamento que los nazis construyeron dentro del campo, mientras sufrían los maltratos físicos y psicológicos de los crueles comandantes de la SS.

En la entrada del campo, forjado en hierro sobre la reja principal, un mensaje recibía a los prisioneros que recién llegaban y no tenían idea de los horrores que se escondían en el bosque de Oranienburg: “Arbeit Macht Frei (El trabajo los hará libres)”.

Hoy, la mayoría de barracones de prisioneros de Sachsenhausen están derribados. Los pocos que quedan en pie, al igual que la enfermería, la cocina y las casas de reclusión de los soldados soviéticos, se convirtieron en un museo que conmemora a las víctimas del holocausto nazi.

Como Sachsenhausen, Berlín tiene muchos monumentos, museos y edificios dedicados a recordar la historia de la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría.

La exposición sobre la Alemania nazi en las ruinas del comando de las SS, el laberinto de bloques de cemento que hace honor a las víctimas del genocidio judío y Check Point Charlie, el punto fronterizo que unía a la Berlín soviética con la capitalista, son visita obligada para el turista interesado en la historia del siglo XX.

Sin embargo, la historia de Berlín es mucho más que las guerras mundiales y el nazismo. La ciudad fue fundada en 1237 con el nombre de Cölln y desde el siglo XVIII se impuso como la capital del Reino de Prusia (1701-1918), la República de Weimar (1919-1933), el Tercer Reich (1933-1945), las dos repúblicas alemanas divididas por el muro de hormigón en la Guerra Fría y la actual República Federal Alemana.

A pesar de los bombardeos de la Segunda Guerra, que destruyeron buena parte de los edificios históricos y dejaron la ciudad en ruinas, hoy es posible visitar los ostentosos jardines y palacios de la monarquía prusiana, como el palacio de Charlottenburg en Berlín o el palacio de verano de Sanssouci en Potsdam, una urbe de 150.000 habitantes a solo 30 minutos de la capital.

Berlín, la rebelde

En el lado este de la ciudad, donde aún queda en pie más de un kilómetro de muro, hay una Berlín que poco o nada tiene que ver con los lujosos palacios del rey Federico El Grande.

Allí, las tuberías azul y rosa, que se construyeron en la superficie por la escasa profundidad del terreno, bordean las avenidas y siguen el rumbo de los semáforos; las paredes de los edificios están pintadas con murales y grafitis, y los artistas callejeros entretienen a los jóvenes transeúntes que pasan por ahí con una cerveza en la mano.

Sobre los 1.316 metros de muro que sobrevivieron a la furia de los ciudadanos, en la riviera del río Spree, artistas de todo el mundo pintaron 103 murales que hoy hacen parte de East Side Gallery, o Galería del Este. Allí están el famoso mural del Beso de la Hermandad, que pintó el artista ruso Dmitri Vrúbel en 1990, y las coloridas cabezas de Thierry Noir.

En la otra cara de la pared de hormigón, la que mira hacia el río que atraviesa la ciudad, una exposición fotográfica muestra los estragos de la guerra en Siria, una confrontación que ha llevado a miles de refugiados a pedir asilo político en Alemania.

Y sentados sobre el pasto, entre el muro y las aguas del Spree, decenas de jóvenes berlineses toman cerveza, comen currywurst -las salchichas callejeras con papas fritas-, conversan, leen o simplemente miran el río, mientras despiden otra tarde de verano que a principios de septiembre se acaba a eso de las 8:00 p.m.

Los domingos, en cambio, los berlineses se citan en Mauerpark, un parque lineal en el este donde se instala cada ocho días el Flohmarkt, o el mercado de las pulgas. Antigüedades, artesanías, ropa usada, curiosidades, comida callejera, malabaristas y mucha cerveza: el plan perfecto para pasar una tarde de verano sin gastar más que unos pocos euros.

Y aunque pueda parecer un plan muy bohemio, típico de los jóvenes universitarios, al Flohmarkt llegan familias con niños en brazos, abuelos que no temen mostrar sus tatuajes arrugados y mujeres en burka que acompañan a sus esposos en los puestos de comida rápida del medio oriente. Esta otra Berlín, la ciudad de los comunes y corrientes, se mantiene joven, rebelde y contestataria.

*Invitación de Huawei Latinoamérica. .

155
kilómetros medía el Muro de Berlín, que dividía la ciudad capitalista de la comunista.
Infográfico
Berlín, más allá del Muro
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