Querida, leída y escuchada Beatriz Elena, hace unos días le escuché una conferencia sobre Débora Arango. Y mientras usted hablaba, pensaba yo en la intolerancia y, al mismo tiempo, en la persistencia de la necesidad estética de expresar eso que debe ser mostrado tal como es, porque es así y no se puede disfrazar más.
Y reflexionaba, oyéndola a usted, que cuando las cosas son como son (obedeciendo a su estructura original) necesariamente contienen belleza. No así cuando se miente sobre lo nombrado o visto, escondiendo o creando lo terrible. La mentira (que hoy hace de las suyas en la economía de mercados), al destruir la evidencia, crea desaciertos y confusiones que finalmente se convierten en mentalidad y ejercicios proclives a la violencia. Por esto, por irse contra la mentira, me gustaron mucho sus verdades sobre Débora Arango.
Y también me gustaron sus verdades en torno a Tomás Carrasquilla, sobre esos aguardientes anisados y su asombro frente al cine, las lecturas de libros franceses y los balances acerca del estado de las minas que manejaba, asuntos que usted menciona en su libro ¿Hace tiempos Carrasquilla? (escrito al alimón con Juan Diego Parra V.).
En su texto, don Tomás aparece libre, sin pretensiones intelectuales, navegando en esa ciudad provinciana (en exceso) que fue la Medellín de principios del siglo XX. Ciudad pacata e hipócrita (como se quejaron Fernando González y Gonzalo Arango y que ahora trata de exorcizar Fernando Vallejo), vista por un don Tomás no provinciano que se interesaba en Baudelaire y Van Gogh, la calidad de los tragos y los entresijos de la economía emergente. Con razón tuvo tanto de qué escribir sin dejar de ser digno.
De Débora Arango sé que no quiso poner huevos podridos y por eso evitó la mentira. Y es que en un mundo en confusión en el que las motos aparecen de repente y en esas apariciones imprevistas se pasa fácil y trágicamente de un estado a otro (la abundancia de motos sería la metáfora de la incertidumbre), trabajos como los suyos, Beatriz Elena Acosta, refrescan y, como generan certidumbre, ya al menos son espacios seguros para el entendimiento de lo que pasa. Es que sin mentiras, el mundo cobra su real volumen. Claro que queda la presencia de lo cursi (nacido de unas andaluzas de apellido Sicur), que quisieron mostrar lo que no eran y en eso se especializaron.
Beatriz Elena Acosta Ríos, Licenciada en Filosofía y letras de la UPB y especialista en estética. Es profesora universitaria y entre sus trabajos hace uno sobre J.M.G. Le Clezio, el nuevo premio Nobel de Literatura. O sea que sigue en su lucha contra la mentira, para que esto sea lo que es y no las apariencias, que van para peor.
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