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A Dolina

  • José Guillermo Ánjel R. | José Guillermo Ánjel R.
    José Guillermo Ánjel R. | José Guillermo Ánjel R.
10 de junio de 2011
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Querido, leído, referenciado en mis clases de urbanismo y desconcertante Alejandro, he retomado su libro Crónicas del Ángel Gris , que alguna vez me trajo una amiga de Argentina (es claro que a este país los libros interesantes llegan es con los amigos), y la magia de sus textos sigue viva porque la ciudad, en especial el barrio, solo se la puede relatar y ojalá ficcionar, ya que la diferencia entre ciudad y urbe es que la primera son objetos sobre un espacio y la segunda gente que se mueve, habita, aparece y desaparece. Como dice Borges, la ciudad existe cuando se la cuenta, se la canta, se la poetiza. No cuando se hace un inventario de objetos y menos cuando se establecen los a tanto el metro cuadrado. Pensar, habitar, sentir la ciudad, es un asunto de estar en capacidad de referenciarla como hábitat y no como sumatoria de espacios de confinamiento intensivo. Hay ciudad porque hay otro, porque hay palabras, porque hay tratos. El resto es nada.

Y le escribo a usted Alejandro porque el miércoles pasado, en la torre de la memoria de la Biblioteca Pública Piloto (torre muy rara porque es apenas de un piso, claro que hay memorias de un piso y menos), se lanzó el libro de Reinaldo Spitaletta sobre el barrio ( Barrio que fuiste y serás ). Se comentó mucho sobre el serás, concepto que es muy difícil de sostener porque en una ciudad como la nuestra (en la que tantas cosas y seres se matan) también se está matando al barrio, sea a través de avenidas que lo parten, puentes que lo invaden, vivienda vertical desorganizada que no solo densifica el lugar sino que lo convierte en anónimo. Y sin barrio, como escribe usted en sus crónicas, la ciudad desaparece y se convierte en un enorme lapidario que escupe contaminación.

En nuestras ciudades de centros comerciales (en los que se esfuma el otro como persona y solo es admitido como cliente), de grandes masas de edificios y calles repletas de vehículos que enrarecen el aire (claro que llevan avisos de prohibido fumar), el barrio es el último bastión de resistencia. Allí todavía existe el vecino, la tienda, la muchacha que permite ser querida, el niño que camina al colegio, la historia (el antes necesario para poder tener identidad). O, como dice usted, Alejandro Dolina, aún persiste lo que no se ve, lo que es mágico y necesario, lo que crea la pequeña leyenda, lo que da los versos a una canción o el tema a una novela. En el barrio (en el suyo que se llama Flores) la ciudad todavía es porque la vida se evidencia desde temprano, como en el de Spitaletta.

Alejandro Dolina, escritor, poeta y productor de radio argentino. Su filosofía es: Los hombres nobles eluden un esfuerzo realizando otro mucho mayor. Por no arrancar una rosa, construyen un palacio. Por no escuchar un reproche, ejercen la rectitud toda la vida. Por no bajarse del caballo, conquistan el Asia.

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