Hombre don Manuel:
Solías decir que uno muere solo cuando desaparece el último ser que lo recuerda a uno. Por eso, a pesar de que te fuiste de esta tierra hace ya como 15 años, aquí te seguimos recordando y, por tanto, seguís viviendo en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de conocerte o en la de los lectores que se han deleitado con tu obra.
También, recuerdo bien, en cada cumpleaños que te celebrábamos, repetías que lo importante no es cumplir años, sino cumplirle a la vida.
Ser fiel a un propósito, a un camino elegido. Y a fe que le cumpliste a la vida que elegiste, la de ser escritor de tiempo completo.
Por eso hoy, más que celebrarte estos noventa años, queremos agradecerte por la obra que dejaste, por los momentos compartidos, por la alegría en las noches de juerga y por la valentía para enfrentar los momentos en que la vida jugó con deslealtad.
Lástima hombre Manuel que seguimos sin leerte. Estos paisas para evitar la incomodidad de leer (o de vernos en el espejo con el perfil que no nos favorece) preferimos volver a nuestros grandes escritores una anécdota.
Pocos han leído a don Tomás en su verdadera dimensión crítica, pero muchos recuerdan su afición por "el aguardientito de mi Dios y la cervecita de la Virgen".
De don Fernando, el de Otraparte, vale decir lo mismo: mucho cuento, mucha anécdota, pero poca lectura a una obra monumental. Con vos pasa lo mismo.
Hoy, por ejemplo, todos los colegios deberían estar leyendo por lo menos un cuento, una décima, un poema tuyo (pedir leer una novela es demasiado).
Por tanto, si alguien hoy te recuerda, es para relatar la noche aquella, en que en la más alta nota etílica, te escucharon decir cualquier apunte inteligente.
Y es que no había conversador igual a vos. En esas noches frente a la chimenea de Ziruma eras la palabra.
El fuego iluminaba unas pobladas cejas de fauno, en la mano derecha el vaso de ron y con la izquierda el gesto acompañaba la narración.
Dicen que sólo José Alvear y vos supieron decir a Barba en su profundidad. Aún la piel se estremece cuando llega el recuerdo de aquel momento en la alta noche cuando entrecerrabas los ojos y empezabas:
"Cordero tranquilo, cordero que paces/ tu grama y ajustas tu ser a la eterna armonía…" Y terminabas ya con los ojos y los puños cerrados: "He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos, /y voy al olvido".
Por un momento, solo el crujir de las brasas se atrevía a romper el silencio.
Bueno hombre don Manuel, ya se me va acabando el espacio y tantos recuerdos se amontonan en el alma.
Por ahora dejemos aquí tanta remembranza. Nos agarra la pensadora y nos friega. Mejor te dejo con los que ya partieron que seguro te tendrán buena música y buen ron Medellín Vallejo como decía tu hija Valeria.
Los que seguimos por aquí te evocaremos con la alegría de haber conocido a un ser excepcional. Y ese recuerdo lo transmitiremos a los que vienen para que sigás viviendo para siempre.
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