Querido (a pesar de su mal genio), leído y finado Alfredo, he vuelto a la lectura de su Bestiario tropical , manual de desmesuras dictatoriales propias del calor, la ignorancia, la exclusión y la falta de servicios públicos. Y es que cada pueblo y región tiene el bestiario que se merece, ya que esos seres extraños se han criado en el mismo seno donde aparecen y son el resultado de una adaptación al medio y a los errores perennes. No han nacido, entonces, por generación espontánea o por la equivocación de algún mago de circo como ese que, según Darío Jaramillo Escobar, sacó un sombrero de las entrañas de un conejo. Los bestiarios, que además de animales raros contienen bailarinas de burdel, actrices de series B, brujos insertados en la política y toda clase de expresionistas y contorsionistas, conforman una galería básica en la construcción de la historia, ya que están ahí tras bambalinas esperando a que el teatro se llene para saltar (y asaltar) al escenario.
Desde la misma época de la conquista, los bestiarios fueron los primeros en ser clasificados. La Edad Media europea y el Renacimiento se mantuvieron seducidos por lo que fuera extraño, feo y desmesurado. El padre Josep D'Acosta llegó a estas tierras para clasificar los animales que no habían estado en el arca de Noé, a fin de ampliar la lista de diablos. Antonio Pigafetta, el cronista de Magallanes, habla de seres de pies enormes (los patagones), de mujeres que son fecundadas por el viento, de hombres que enloquecen al mirarse en un espejo y de otros que tienen una cabeza tan grande que los brazos les salen de las orejas y las piernas del mentón. Y después aparecen los bestiarios nacidos del ejercicio del poder en medio del calor intenso, la magia negra, la sexualidad desbordada y el miedo paranoide: El señor presidente , de Asturias; Yo, el supremo , de Roa Bastos; La guerra del fin del mundo , de Vargas Llosa; El otoño del patriarca , de García Márquez, y así.
Desde que se escribió el Tirano Banderas (que da pie al esperpento) de Ramón del Valle Inclán, América Latina ha producido los más variados bestiarios, como el suyo, Alfredo Iriarte, que parecieran nacer de Nostromo (el libro de Joseph Conrad) y de los cuadros de Rousseau el aduanero: demasiada lujuria y desmesura, óperas en medio de la selva (recuerdo aquella de Fitzcarraldo, la película de Herzog) y enemigos fantasmales por todas partes. Y es que nos hemos hecho en el miedo y la deformación, en los huevos de la serpiente y en muchas esperanzas fallidas. Y creo que este es el guión de la obra.
Alfredo Iriarte (Bogotá 1932 - 2002). Novelista e historiador colombiano. Se interesó en ver lo que hay detrás de la historia y, como los españoles e italianos que llegaron con Colón, se hizo un coleccionador de sustos. Esto le permitió hacer un sumario de desmesuras y productos nacidos del calor, la rabia y la diarrea.
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