Perdió Nixon. Y hemos perdido todos por seguir apostándole a una estrategia que no ha funcionado para acabar con la amenaza de las drogas.
Hace más de 40 años el expresidente estadounidense Richard M. Nixon declaró enfáticamente la guerra contra las drogas. En su discurso estableció que el consumo de narcóticos había tomado las dimensiones de una emergencia nacional y que el peligro no iba a pasar con el fin de la guerra de Vietnam.
El mandatario acertó en la predicción, pero se equivocó en el plan de acción. Las políticas prohibicionistas basadas en la erradicación y criminalización del consumo sencillamente no han funcionado. Las cifras lo demuestran.
En México, Brasil y Colombia la cantidad de muertes directas que genera el consumo de drogas ilícitas es mucho inferior a las víctimas directas por la producción, tráfico y conflicto generado por las mafias. La fabricación y el consumo de estupefacientes se han incrementado de manera abrupta durante las décadas en que se proclamó esta guerra.
La conclusión: la producción de las drogas supera la capacidad de los Estados para erradicarla. Y mientras se logran victorias pírricas al acabar con bandas y estructuras de narcotraficantes, esas son culminadas casi en forma inmediata con el surgimiento de otras fuentes y traficantes.
En Colombia en los últimos años se ha vivido una mutación de los dueños del negocio de las drogas, pasando de unos criminales a otros, pero aumentado la actividad de producción y exportación de los estupefacientes.
Mientras exista demanda, siempre se generará la oferta. Por eso hay que atacar el consumo, y como lo estableció la semana pasada el informe de la Comisión Global de Políticas sobre Drogas, se necesita un cambio de paradigma en el manejo de esta amenaza.
Ese cambio empieza por tratar la adicción a las drogas como un asunto de salud y al adicto como un enfermo y no como un criminal. Para reducir la demanda de las drogas es necesaria la implementación de iniciativas educativas y sociales como se ha hecho contra el consumo de tabaco, que ha funcionado reduciendo mundialmente el número de adictos al cigarrillo. Y para poner fin a la violencia generada por el tráfico de las drogas, hay que hacer como se hizo con el alcohol y entrar en el debate de legalizar. Eso les quita el monopolio del negocio a los criminales y convierte esta industria en un sector regulado con el control estatal.
En Colombia ese cambio de paradigma es una necesidad. Ahora bien, por la situación del conflicto con la guerrilla, el debate no se debe plantear entre seguridad e inversión social. Por el contrario es necesario complementar una con otra y apuntar a estrategias simultáneas para combatir militarmente las bandas criminales y las estructuras mafiosas, pero luchar frente al tema de la droga desde lo social y la educación.
Lo único que no se puede hacer es continuar pretendiendo que la guerra contra las drogas está funcionando. No es un tema sencillo, pero se requieren medidas arriesgadas. Estados Unidos se comporta erráticamente ante la situación. Por un lado, sabe que la guerra contra las drogas es un fracaso; y por el otro sigue asegurando que la estrategia no se puede cambiar.
Como dice la famosa frase, locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes. No podemos seguir haciéndonos los locos frente al tema de la droga.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6