Casi no alcanzan a bajarse del avión, para, de una, lanzarse a la playa. Todos, llegaban por primera vez a Estados Unidos y la gran mayoría no había montado en avión y muchos menos tocado el verdeazul mar.
Comprensible, son niños de estratos 1 y 2, que a veces no tienen para los "tres golpes" del día.
Y por eso, la gran felicidad de los propietarios de la Academia Sol de América, de Norwalk, Connecticut, al ver arribar esa delegación de fútbol del barrio Antonio Nariño, de la comuna 13 de Medellín.
"Entendimos su ansiedad con solo pisar suelo americano. Nosotros fuimos hasta Fort Lauderdale a recibirlos y no se imaginan le felicidad de esos niños. Como estamos ubicados cerca de la playa, lo primero que hicieron fue ir al mar, muchos ni siquiera en Colombia lo conocen". Es la propietaria de la Academia Sol de América, que reconoció haber llorado al ver la felicidad de los infantes colombianos.
A Luz Estela Ramírez no le importó aplazar un día el torneo, la obligó el Estado por la amenaza del huracán Earl, aunque se desvió y solo hubo unos leves vientos. Ella dejó que los niños desfogaran esa ansiedad, que vivieran profundamente esa experiencia y se deslumbraran con los lindos paisajes entre Fort Lauderdale y Norwalk.
"Nuestra mayor riqueza en la Academia no es monetaria, es poder ayudarle a nuestra comunidad latina y con un objetivo bien claro: los niños de escasos recursos económicos", cuenta Luz Estela.
"Esa es la razón del torneo y la que nos motivó a realizar un esfuerzo grande, para hacer realidad el sueño de los niños. Por eso nos alegró ver en EL COLOMBIANO la nota amable del barrio Antonio Nariño, que nosotros sabemos es difícil en cuanto a la situación de violencia", se le escucha, con voz emocionada, a través de la línea telefónica.
De alguna manera conseguiría la financiación del evento. Son 120 dólares que cobra por hora el árbitro y 80 cada uno de los dos jueces, más 120 del préstamo de la cancha y los 1.000 que debe dejar en consignación por si hay algún daño, además del seguro por 40 millones de dólares que debe tener.
Todo eso se compensa con el apoyo de la comunidad latina que, al menos, ofrece el cariño familiar para tener entre uno y dos niños hospedados en sus casas.
Y mientras, cuenta, los muchachos no caben en la ropa, porque ya conocieron el mar, aguantaron sol, jugaron en las playas y viven un instante de solaz a kilómetros de distancia de la comuna 13.
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