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A mí también me gusta este oficio

09 de julio de 2009
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Me cuesta desprender la mirada de la foto publicada por El Espectador el pasado 27 de junio. Alrededor de una canoa están los maestros y las maestras viejos y sabios del Chocó. Miro sus manos, sus rostros, algunos sonreídos y plácidos, otros más adustos, todos cruzados por el tiempo, todos insinuando historias para ser contadas, todos llenos de orgullo de un oficio que siguen ejerciendo desde esa mirada a la cámara.

Cada uno se siente el mejor, exhibe con satisfacción lo que fue, sus viajes, sus apuestas, sus búsquedas, su formación de normalista, su vocación, sus ganas, su entusiasmo por la formación de los niños, las niñas y los jóvenes de su región. Me pregunto cuántas historias se tejen en ese encuentro, cuántos métodos no registramos todavía, cuántos manuales, cuántas cartillas se van a ir con ellos. Cuánta sabiduría se reunió allí.

Al leerlos y evocar mis encuentros con muchos maestros y maestras recorriendo la geografía de este país, hallo tenacidad, casi obstinación, por su trabajo de enseñantes, por su fuerza en la palabra, por sus deliberadas búsquedas en la formación, en la puesta a tono con los cambios. Pero, sobre todo, en la fascinación con el mundo de la enseñanza y la educación, en su empeño por enseñar a ver, por hacer que el otro se fascine con el mundo, que se llene de asombro por las cosas simples, por encantar la mirada de los niños y las niñas, por enseñarles a hacer preguntas, por ayudarlos a cuidar de sí mismos, de los otros y de lo otro, es decir, por enseñarles lo ético, lo estético y lo político.

Me gustan los homenajes a los maestros y a las maestras. Me gustan los titulares de prensa que aplauden a la maestra de los niños sordos, a los maestros negros que no morirán en el olvido, a los que se dejan mirar en sus aulas de clase, a los que se van a las zonas más apartadas, aún sabiendo que no existen condiciones; pero aplaudo también a los que deciden no irse y comparto con ellos que no es solamente una responsabilidad individual, no es un problema de "falta de vocación", es fundamentalmente la ausencia del Estado. No puede establecerse una mirada unidireccional: sin educación no hay desarrollo, es verdad; pero sin desarrollo, sin voluntad política, sin recursos bien invertidos, sin priorización por la generación de condiciones básicas no es posible la educación.

Me gusta que se dignifique la profesión, me gusta que se aplauda el trabajo de las Escuelas Normales Superiores y de las Facultades de Educación en la formación de los maestros y las maestras como sujetos políticos, como intelectuales de la pedagogía.

Siento un profundo respeto por los maestros y las maestras, los lejanos, los cercanos, los más comprometidos y los que aún no dan el paso, los que se arriesgan al trabajo con todas las poblaciones vulnerables y las minorías, y también por los que habitan las instituciones educativas de la ciudad, llenas de comodidades y recursos.

El lente está dispuesto, se busca el enfoque, la luz es adecuada, el telón se ha tejido. El escenario crece para que sigan llegando maestras y maestros dispuestos a contar, en un instante, las historias de un oficio que a mí también me gusta.

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