Estamos a dos semanas de las elecciones para escoger el nuevo Congreso de la República y la campaña no parece haber tomado "calor" en la opinión.
Al respecto son pertinentes algunas reflexiones. En primer lugar, no se puede perder de vista que este es un régimen político presidencialista y en estos la elección importante es la del presidente –o su equivalente a nivel territorial, gobernador o alcalde-; los ciudadanos consideran que esa es la elección determinante y la del Congreso la ven como de menor importancia –cosa que es equivocada, porque tener un buen Congreso es fundamental para la democracia-; eso se refleja también en la participación electoral, que tiende a ser mayor en la de presidente que en la de Congreso.
En segundo lugar, incide negativamente el desprestigio de la institución del Congreso ante la opinión ciudadana, que tiene tanto de ancho como de largo, porque si bien es verdad que hay un grupo de congresistas que no cumplen a cabalidad con su deber y más bien fomentan prácticas que tienden a acentuar la imagen negativa, también debemos reconocer que hay un grupo importante de congresistas, cumplidores de sus deberes y que adelantan a cabalidad sus tareas legislativas y de control político; al respecto no debemos olvidar que esas son las dos funciones fundamentales del Congreso, tramitar y aprobar leyes o reformas constitucionales y hacer control político a las demás ramas del poder público; adicionalmente tiene unas funciones jurisdiccionales que más bien es poco lo que se cumplen.
En tercer lugar, me parece que juega en el poco interés de los ciudadanos la percepción que se tiene en el sentido de que el Congreso no es una institución que tenga mucha capacidad de decisión y que realmente es la Rama Ejecutiva la que cuenta con poder y capacidad decisoria, especialmente porque es la que tiene la iniciativa en el gasto público –esto es así desde la reforma constitucional de 1968 en que el Congreso cedió la iniciativa en el gasto al ejecutivo-.
Por último, pero no menos importante, incide el propio sistema electoral. Coinciden las elecciones para Senado que tienen una circunscripción nacional y donde los candidatos en teoría deberían hacer propuestas nacionales; mejor aún los partidos, porque la realidad es que un candidato solo en el Congreso no va a poder sacar adelante una iniciativa si no tiene el apoyo de un partido y capacidad para concertar con otras fuerzas políticas para construir las mayorías necesarias; estas elecciones de Senado coinciden con las de Cámara de Representantes, que tienen una lógica de representación territorial o mejor departamental y donde los candidatos efectivamente deberían hacer propuestas, de nuevo, más de los partidos que de individualidades, en función de problemas y necesidades regionales. Entonces la elección termina siendo determinada más por liderazgos personales, o por afiliaciones partidistas tradicionales o lo que es peor, por lógicas clientelistas que siguen teniendo mucho peso en regiones y localidades, lamentablemente. Una franja de electores sí lo hace de manera más racional analizando las trayectorias de los candidatos y las propuestas, que es lo que se conoce como "voto de opinión".
Considero que sería importante que se analizara la posibilidad y conveniencia de un cambio constitucional que unificara las elecciones presidenciales con las de Senado, corporación de carácter y representación nacional y dejara en fecha diferente las de Cámara de Representantes, de vocación más territorial. Esto no sólo balancearía la representación de las dos Cámaras, que tienen origen distinto, sino que permitiría que las listas de Senado se alinearan más claramente en acompañar un determinado candidato presidencial y sus propuestas y la Cámara de Representantes, que debe ser por esencia un ente de representación territorial, reflejara mejor los intereses, prioridades y necesidades de los Departamentos.
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