Querido y cantado Joaquín, alguna vez le oí decir a usted (en una entrevista) que la vida era un simulacro. Yo a esta frase le acotaría: y por eso la gente se muere del susto o queda en estado de nervios permanente, cosa que sale más barata que un bombazo o una citación en la oficina de impuestos. Hay muchas maneras de mermar la población ambiente y una de ellas es hacerle saltar el corazón y después pedirle excusas. Morir de infarto o quedar en estado de cuidados intensivos no es culpa del cigarrillo sino de los que obligan a fumar para poder resistir tanta alarma cotidiana. Y como vivimos días de simulacros (palabra que viene de simulación o ejecución teatral que crea una pre-realidad y en caso extremo pánico colectivo), el asunto este de simular nos viene al punto y más en un país como el nuestro donde la línea entre lo cierto y lo falso no está definida. Se simula mucho y así bailamos.
Sus canciones, querido Joaquín, más que simulacros son trompadas, metidas de dedo en las orejas y golpes que sacan el aire o, en su defecto, hacen reír de buena gana o ponen a pensar más de la cuenta, lo que afila córtex del cerebro. En la vida pasan muchas cosas que no salen en los periódicos por aquello de que al lector no hay que dañarle la digestión. De eso se encargan los médicos (no todos), los odontólogos (algunos se salvan) y los demás que viven de dar sustos, industria próspera y de inversionistas locales. No así sus simulacros, Joaquín, que son urbanos, de vida entre dos o más y no un guiñol de clones de Robocop cubriendo cada rincón. Lo que usted canta tiene que ver con caricias agotadas y gente que sale a la calle con medias de distintos colores y no con filmes de serie B.
En los países inseguros (que por eso no son países sino tierras de nadie), hacer un simulacro con gente armada no es un acto de educación preventiva sino la puesta en escena de lo que todos saben que puede pasar, de eso que alimenta las pesadillas y mantiene llenos los consultorios de los psicoanalistas y los confesionarios. Es que, querido Joaquín Sabina, somos nerviosos y más que cualquier personaje de Dostoyevski. Y en lugar de bibliotecas tenemos gabinetes con toda clase de pastillas calmantes. Claro que los más pobres usan la marihuana, que es biológica. A mi tía la gorda una vez la atracaron pero ella resultó ser un simulacro: no llevaba nada en la cartera. Pero hay simulacros de simulacros: si se le hiciera a la oficina de impuestos el simulacro de no pagar, nos meterían a todos en problemas.
Joaquín Sabina (Jaén 1949, cantautor), canta sus canciones con un poco de tos de fondo por aquello de haber fumado y bebido mucho. Pero al menos se le entiende lo que dice porque no esconde sino que pone todo su inventario al aire. Esto se lo critican las señoras, pues ¡habrase visto el descaro!
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