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A Toro

22 de enero de 2010
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Querido, chistoso y leído Carlos. En estos calores del Caribe, que incluyen temblores y delirios de gente con boina roja, se presume que habrá una buena cosecha de mangos. Como no ha llovido, los árboles de mango no perdieron sus flores (que las pierden fácil) y ya se sabe, flor por fruto. La sola traviesa (precosecha) ha dado unas cifras que no se esperaban y ya más de uno anda con la boca amarilla de tanto mango dulce como ha comido. Al menos por estos días tendremos algo delicioso (los mangos) para endulzar la boca y llenar de fibras los dientes. Y para olvidarnos, mientras comemos o bebemos el jugo, de tantas cosas que pasan. ¿Sí vale la pena saber de tantos asuntos turbios que, en lugar de hacer humanos, deshumanizan? Porque el miedo no sirve para nada sino para propiciar paranoias y, como consecuencia, producir agresividad continua. Como bien pasa.

Lo de los mangos ha sido un pretexto para hablar de sus libros, Carlos. O un símil, ya que se gustan con alegría. Son pocas las páginas en las que uno no sonríe, ya por las exageraciones y la manera de contar las historias, ya por el lenguaje despierto y vivaracho que tiene su estilo. Usted es uno de esos antioqueños que ya se ven poco: buen conversador, aventurero (no sé si con señoras en varias estaciones), coleccionista de cosas raras, viajero de esos metidos y capaz de los oficios más disímiles. Al menos esto es lo que reflejan sus relatos, que van de lo cotidiano al absurdo, pero sin perder la pita del trompo. No presume usted de intelectual sino de haber vivido. La vida es lo que nos pasa y, si el asunto es duro, lo que al fin logramos es reírnos de nosotros mismos. Creo poco en los que no tienen humor.

Así que, querido Carlos Toro Escobar, me he divertido leyendo sus historias porque de allí no sale nadie sano, ni las bacinillas. Y no quiere decir esto que usted se dedique a chismes ni calumnias (ejercicio muy nacional) y menos a escarbar en vidas ajenas para sacar de allí lo peor. Por el contrario, lo que usted narra es la vida colorida, lo que creemos que hacemos tapándonos las rodillas mientras mostramos (sin darnos cuenta) las nalgas. Y en esos absurdos diarios, que hacen reír porque nos reconocemos en ellos, vivir tiene un sentido: saber que vale la pena estar vivo. Claro que para politólogos, traficantes de espiritualidad, analistas (¿) económicos, escatólogos y faltos de iniciativa personal, la vida es un susto. Y desde ahí no se construye nada. Pero hay gente como usted, que se burla de toda esta fauna.

Carlos Toro Escobar. Nació en Medellín en 1928 y se ve que no ha dejado ni un momento de ser un hombre libre. Y ha ejercido tantos oficios que me hace recordar un libro de Moacyr Sliar (el escritor brasileño): El ejército de un hombre solo. Divertido, alegre, exagerado, propicio para tanto calor.

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