Hubo lleno casi total y un sentimiento que se filtró a través de violines, flautas, violas, piano, arpa, violonchelos, marimba, trombones, platos, percusión y un bandoneón.
Esa caja rectangular con fuelle y 71 botones, que en las manos del maestro Rodolfo Mederos pasaba de la melancolía a la alegría en una forma sensual y sentida.
Así comenzó anoche el Concierto Sinfónico en el Teatro Metropolitano, donde Mederos compartió escenario con el maestro José Serebrier y las orquestas Sinfónica Nacional, Filarmónica de Medellín y la de la Red de Escuelas Musicales de Medellín.
La velada comenzó con una fanfarria sinfónica del maestro antioqueño Blas Emilio Atehortúa, seguida por el concierto Aconcagua para bandoneón y orquesta, y luego por el malambo de la suite del ballet Estancia del maestro argentino Alberto Ginastera.
El público vibró desde el comienzo, tocado por esa combinación de melodías y llevado por ese profundo arraigo por el tango que prevalece entre los antioqueños. La atención se la robó la caja de Mederos, llegando por momentos a olvidar al maestro Serebrier.
Con aplausos de pie, el público pidió más de Mederos y él, emocionado y agradecido, lo complació primero con Serebrier y la gran orquesta, y luego, tras otra cadena de aplausos, con un fenomenal solo.
Sería con la sinfonía No. 4 en fa mayor, opus 36, de Tchaikovsky, con la que José Serebrier le confirmaría al público asistente por qué está catalogado como uno de los grandes maestros.
En una simbiosis total con los músicos colombianos, el maestro uruguayo, que ha dirigido las principales orquestas del mundo y ha grabado 300 discos con la Orquesta Sinfónica de Londres, la Filarmónica de Nueva York, la Filarmónica de Londres, la Orquesta Real Nacional de Escocia, la Orquesta de Cámara de Escocia, la Orquesta Nacional de Cámara de Toulouse, la Sinfónica de Bournemouth, la BBC de Londres, entre otras, se entregó en cuerpo y alma.
Desde el andante sostenuto, pasando por el andantino in modo di canzona, y luego el scherzo, el pizzicato ostinato que remata en un allegro, hasta el finale con ese magistral allegro con fuoco que arrebató los aplausos del público, Serebrier confirmó su título de "gran maestro del balance orquestal", como lo publicó la revista Time.
Lo cierto es que fue una noche vibrante, en la que la música llenó los corazones de los presentes y los envolvió con su manto de sentimientos.
Una noche en la que la conexión musical se olvidó de fronteras y unió, en un mismo escenario, lo mejor de estos intérpretes.
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