En la primera mitad del XIX el novelista francés Stendhal hizo dos afirmaciones sobre el amor, que parecen enfrentadas. "El amor es como la fiebre: nace y muere sin que la voluntad tenga en ello la menor parte", es una. "Basta un pequeñísimo grado de esperanza para causar el nacimiento del amor", arguye la otra.
En primer lugar es preciso reconocer el entero derecho de contradecirse que asiste a los poetas. "El que ignora que dos adjetivos contrarios califican simultáneamente todo objeto no debe hablar de nada", argumenta a ese propósito Nicolás Gómez Dávila . ¿Son acaso los creadores violadores de la lógica? De ninguna manera.
Sucede que la antigua realidad monolítica e invariable saltó en fragmentos ante la comprobación de que la vida es compleja, efímera, inestable. La palabra entonces tiene el deber de iluminar este caleidoscopio, y cada arista, cada mínima cara representa un universo con normas tan legítimas como las de su opuesta.
De ahí que el amor escape a la voluntad y a la vez se incline ante una breve esperanza. Por un lado el amor es viento que se agita cuando quiere y no cuando alguien determine. Por otro, la fe y la confianza son capaces de atraer la emergencia de ese supremo sentimiento.
Quien se fije exclusivamente en la arbitrariedad del amor, cae en garras del destino entendido como fatalidad. Se sienta a aguardar conversión del sapo en príncipe o princesa. Y sentado fenece en desengaño.
Quien, desde otro lado, se suba al orgullo y pretenda convocar los fuegos inescrutables, encuentra frustración de diosecillo sin virtud. Presumir de árbitro de Eros equivale a autonombrarse inspector de tempestades. Cualquiera lo puede hacer, pero la historia dará el veredicto.
De modo que entre los dos stendhales es sano no escoger, sino quedarse con ambos, acoger la porción de verdad albergada en sus dos interpretaciones. Y no preocuparse por la quiebra del principio lógico de no contradicción, pues idéntica materia densa atraviesa la máscara de dios y la del demonio.
El amor capricho y el amor encantamiento bailan en compás, sin pisarse los pies.
Lo interesante es la música que constituye la entidad amorosa. Es melodía que incluye silencios, armonía que a veces disuena, cadencia que sorprende y no permite adormecer el paso.
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