Una densa pero ridícula nube de orgullo patrio oculta el despeñadero hacia el que va Argentina. El abismo económico en el que cayó toda la nación a principios de la década pasada en medio del corralito bancario, espera ahora paciente mientras el ruido de los aplausos gubernamentales y los vítores nacionalistas evitan escuchar las alarmas por la nueva debacle.
La conductora del bus que va hacia el desastre es la presidenta Cristina Fernández que, con pose seria de segunda libertadora, no da explicaciones de sus actos y pasa su aplanadora legislativa sin reparar en las consecuencias. Argentina, en tanto, pierde el respeto del mundo.
Ella no explica, no argumenta y no recibe réplicas. Actúa y firma decretos. Parece creerse con argumentos irrebatibles al aplicar nuevas leyes de control al dólar o para irrespetar acuerdos firmados con anterioridad con empresas extranjeras. Envuelve todas sus medidas en el papel etiquetado como beneficio para la nación, mientras los más inquietos se preguntan cuáles son los alcances de medidas tan extravagantes.
Se parece demasiado a Chávez, y Argentina, entonces, empieza a calcarse en Venezuela. Primero, las expropiaciones a Repsol, de España, en la petrolera YPF, con el inevitable descrédito de Europa sobre el futuro de sus inversiones en el sur de Suramérica. Después (o en el medio de todo), el control a los precios de productos básicos para la vida cotidiana que generan conflictos gremiales y escasez en los supermercados.
La última perla es el control al flujo de dólares que, aunque ya aplicaba en algunos espacios de la economía argentina desde octubre del año pasado, ahora toca al turismo.
Desde la semana pasada todo aquel que quiera salir del país y necesite dólares deberá informar de sus transacciones a la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afia). Y además, como si se tratara del Gran Hermano, detallar en un formato para dónde va, qué día inicia el viaje, cuál es su motivo y cuándo se regresa.
El gobierno argentino está asustado por los problemas de devaluación de su moneda, las fugas de capital y las diferencias cambiarias frente al dólar que, al igual que en Venezuela, presentan desigualdades en los mercados oficiales e informales. La economía va camino a frenarse bruscamente.
Los resultados de todo este nerviosismo económico son más retenes que van en contravía de las libertades ciudadanas y bandazos que se interpretan por fuera de las fronteras como inestabilidad gubernamental.
La Cepal aseguró que el futuro argentino es incierto y sus políticas económicas confusas. Pero en estas horas de rebeldías de izquierda cualquier crítica es un disparo de imperialismo y por eso en Buenos Aires no quieren escuchar. Y mucho menos Cristina Fernández , que pide que la aplaudan más fuerte para evitar las sirenas que anuncian el abismo.
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