El atentado que sufrió Boston hace poco menos de un mes, en el que murieron tres personas y una centena más quedó herida, no solo revivió en Estados Unidos la insoportable paranoia de un ataque en cualquier esquina a cualquier momento, sino que paralizó la que es quizá una de las discusiones más trascendentales de la segunda presidencia de Barack Obama: el control a las armas de fuego.
El desolador asesinato de 20 niños y 5 profesores en diciembre del año pasado en una escuela de Newtown, Connecticut, había encendido ya la disputa sobre la importancia de controlar el acceso a las armas, sobre todo de rifles de asalto, por parte de los ciudadanos. Ahora, las bombas en la maratón de Boston han puesto un palo en la rueda para ese mismo alegato. La muerte aviva la discusión y la muerte la detiene.
Estados Unidos entero se mueve entre los extremos de sentirse más seguro con un revólver en la mano y un arsenal en el clóset o, por el contrario, buscar la tranquilidad en el desarme.
Cada posición se radicaliza con el tiempo y, aunque parezca paradójico, utilizan los mismos ejemplos para darse la razón. Aquellos que promulgan la libre adquisición de un rifle dicen que lo de Boston demuestra que la gente requería estar armada. Desde la otra orilla, por el contrario, aquellos que piden un mayor control aseguran que fue justo el fácil acceso a cualquier instrumento bélico lo que originó las explosiones en la fatídica maratón.
Obama ha hecho suya la causa del control de las armas pero pelea una inmensa batalla contra la poderosa y rica Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés), una entidad que, con cerca de 5 millones de asociados, grita a viva voz que se debe respetar la segunda enmienda de la Constitución estadounidense que promulga el libre porte de armas.
Los conservadores apoyan a la NRA, una institución que además inyecta miles de millones de dólares en lobby político elección tras elección, y tiene del cuello a aquellos legisladores que reciben sus aportes. Los armamentistas han advertido que esta es la batalla de sus vidas.
La lucha es también entre un modelo de sociedad que debe evolucionar con las nuevas amenazas y uno que prefiere sentirse seguro con la pólvora caliente y el gatillo fácil. Y Estados Unidos ha sido siempre una nación que tiende más a lo segundo. A ensimismarse con la errada idea de que hay que armarse para enfrentar a la muerte.
Lo peligroso es que todo este deseo bélico está adosado con una paranoia imparable de la amenaza terrorista. Y una sociedad temerosa, desconfiada y armada es una serpiente que se muerde la cola, cada vez más insegura a medida que consigue más armas para su seguridad.
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