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Así es el toque secreto de Noel

Para contar la historia de una fábrica de galletas, no se puede empezar por otro lado que no sean los hornos.

  • Así es el toque secreto de Noel
18 de febrero de 2013
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Para contar la historia de una fábrica de galletas, no se puede empezar por otro lado que no sean los hornos. Aunque cuando me fue asignado este reportaje tuve la idea de enfocarlo todo en el olor de las galletas recién hechas, mientras más hablaba con los empleados de la planta de Noel, más me daba cuenta que aquí, los niños consentidos son los hornos.

“Empecé en horno 1, horno 4 y horno 3, los de sal. Después me pasaron a horno 12 a empaque”, me cuenta Juan Bautista Giraldo con tal sentido de familiaridad con estas máquinas que supone que yo también sé exactamente de qué me está hablando.

Y esque la gran mayoría de lo 27 años que lleva en la Compañía de Galletas Noel los ha pasado consintiendo a sus hornos o “dejándolos bien organizaditos” como él describe sus labores de aseo, que tanto disfruta. “Yo duré tres años en ese cargo y estaba amañadísimo, no quería que me sacaran porque todo lo hacía con mucho cariño y mucho cuidado entonces todo me quedaba muy bien hecho”, cuenta Juan Bautista.

Son esos hornos precisamente los que ocupan casi la totalidad de la planta de producción, ubicada en la avenida Guayabal y que hoy genera cerca de 1.300 empleos directos, más unos 100 más en el área administrativa. Y son precisamente, estos hornos los que calan los millones de galletas que diariamente produce Noel, proceso que inunda el lugar con un olor que cualquier panadería de esquina envidiaría.

-¿Después de 27 años, no se ha cansado de ese olor?
-“Jamás. Todo lo contrario, en mi función actual que es la de pesaje y hermética, me toca estar inspeccionando las galletas, que sepan bien, que si tengan la sal. Y cada que le pego un mordisco a una galleta, me la termino comiendo toda porque son un pecado mortal. Sobre todo las Ducales”.

Pero en este punto de mi visita, Juan Bautista no es el único que me ha hablado de estas galletas tipo de cracker, que parecen ser las favoritas de todos.

Alvaro Sánchez también coincide en que las Ducales son las más ricas. Este ingeniero mecánico, que empezó su carrera como estudiante de práctica y llegó a ser gerente de producción de Noel, explica que muchos han tratado de imitar esta galleta, pero ninguno ha podido dar con el toque secreto. “Una vez vino un señor Luis Ortiz, presidente de APV. Esta es una de las compañías más importantes en producción de hornos para galletería en el mundo y  nosotros habíamos sido clientes de ellos por mucho tiempo. En su visita a Colombia, probó las Ducales y nos dijo que en la vida se había comido una cracker tan buena como esa”. Y Álvaro adhiere a ese concepto: le parece que es la mejor.

Este hombre, que la semana pasada se convirtió en abuelo por segunda vez, tenía apenas 22 años cuando entró a Noel como estudiante de práctica. A él se le entregó la responsabilidad de hacer todos los planos de la ubicación de los hornos y, como lo hizo tan bien, el jefe lo solicitó para que se quedara haciéndolo en toda la planta.

“Cuando uno menciona hacer planos, cualquier muchacho o ingeniero se imagina con computador con el programa Autocad. Pero en esa ápoca éramos sentados en una mesa con una regla T haciendo los planos a mano. Lo que transcribíamos era las ubicaciones y cuando se necesitaban los detalles de las máquinas, por ejemplo para mandar a hacer repuestos, entonces también hacíamos los planos mecánicos”.

Y cuando fueron llegando los equipos de afuera, que años más tarde él y su compañero Gustavo Betancur saldrían a buscar por todo el mundo, a él le tocó todo el montaje, entonces lo que iba saliendo se iba reemplazando, todo bajo la mirada del ingeniero. Es así como durante sus 40 años y 4 meses como empleado de la compañía, Alvaro supo exactamente dónde estaba cada tornillo y para qué servía. Eso, cuenta, le dio la oportunidad de hacer una gestión muy dinámica hasta el último momento, lo que se refleja en los índices de productividad: a su llegada a la empresa, estos ni siquiera existían; en los años noventa cuando se empezó a medir, la cifra era de 13 kilogramos/ hora hombre, pero para el momento de su partida, en marzo del año pasado, ese indicador llegó a 46 kilogramos/ hora hombre.

Este logro es algo de lo que Alvaro todavía se enorgullece y aunque su paso por la empresa estuvo lleno de historias qué contar, la más emotiva fue la de su último día antes de retirarse. “Yo he visto a mucha gente salir de acá pero a nadie lo trataron como me trataron a mi. Me hicieron una calle de honor, todos mis compañeros, mis amigos, aplaudiendome, desde la oficina hasta el carro. ¡Me hicieron llorar!”.

Por eso, este ingeniero ve su pensión como un premio por una vida entera de trabajo, así como también ve un premio el hecho de que el Grupo Nutresa, casa matriz de Noel, le haya abierto sus puertas a Alejandra, su hija menor, quien ahora se desempeña en el área de calidad de Colcafé. “Desde muy pequeña, yo le transmití ese sentido de pertenencia por la empresa, pues la quiero mucho y ella ahora se siente feliz de poder hacer parte de ella”.

Gustavo Betancur tuvo que pasar por el susto más grande de su vida para enamorarse de la empresa en la que ha trabajado durante 32 años de su vida. Él, al igual que Alvaro, entró a Noel como estudiante de práctica, a punto de terminar su carrera como ingeniero electrónico. En ese momento, la fábrica apenas estaba incursionando en el tema electrónico, así que cuando llegó el primer horno que tenía componentes electrónicos, él era el único que tenía los recursos para hacerse cargo.

Siendo todavía un ingeniero muy joven, a Gustavo le apasionaban todas las nuevas tecnologías que estaban llegando, como los computadores, los controladores programables, las salas de control y los gabinetes de automatización, así que se arriesgó a hacer la propuesta para construir una sala de controles, y para sorpresa suya, le aprobaron el proyecto.

Durante meses Gustavo trabajó largas jornadas hasta que se llegó el gran momento de darle arranque al sistema de control, y pasó lo peor: debido a un problema en el cableado, una vez lo encendieron, se quemó absolutamente todo.

“Yo me iba a morir, porque imagínese una persona que todavía no ha ganado confianza, muy joven, metido en un proyecto de estos y que pase semejante catástrofe…”, cuenta el ingeniero, quien después de retomar el aliento y lograr que sus rodillas no temblaran como gelatina, subió hasta donde el vicepresidente a contarle lo que había sucedido.

“Yo tenìa mucho miedo porque ante estas situaciones, uno puede recibir una respuesta fuerte, de ofusque. Pero llegué allá y fue todo lo contrario: el jefe, viéndome en el estado en el que estaba, me tranquilizó y me dio todo su apoyo al darle la cara a la compañìa sobre lo que había pasado y la inversión tan grande que se había perdido”.

Y una vez reiniciado el proyecto, que terminó exitosamente con la sala de control que hoy es la encargada del funcionamiento de los 15 hornos de la planta, Gustavo se dio cuenta que esta sería una empresa en la que podría crecer como profesional, y tomar grandes riesgos que tendrían una recompensa de la misma magnitud, no solamente para él sino para la Compañía de Galletas Noel, que gracias al amor que le tienen personas como Gustavo, Alvaro y Juan, ha logrado conquistar mercados en más de 51 países, algunos tan lejanos como el Congo, Argelia y las islas Fiji.

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