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ATRÁS, NI PARA COGER IMPULSO

  • Óscar Henao Mejía | Óscar Henao Mejía
    Óscar Henao Mejía | Óscar Henao Mejía
23 de febrero de 2012
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"Tiene más reversa un avión". Es el decir de muchos para expresar que nada los mueve de su punto de vista, de una decisión tomada, de la perspectiva desde la cual miran una dificultad o un proyecto. Son dichos que dan cuenta de la intransigencia o la imposibilidad de revertir un asunto. Detrás de esa postura puede solaparse un rasgo de orgullo o prepotencia. A veces la asimilamos con eso de "tener palabra", y llegamos a entenderla como un valor de fortaleza, de seguridad, de hombría, también.

En definitiva, es la incapacidad para cambiar.

Para expresar el otro lado de la moneda (disponibilidad y apertura), los jóvenes de hoy tienen un lenguaje ya arraigado: cuando expresan que alguien es "fresco", un "bacán", cuando dicen: "Pa'las que sea", "hay que estar en la pomada"...

Y, aunque algunas veces sea cierto, ser bacán o fresco, en el caso de los padres o los docentes, no quiere decir que sean alcahuetas o de comportamiento laxo, sino, simplemente, que tengan capacidad de llegar al otro punto de vista, de ponerse en los zapatos de otro.

Porque todo cambia, y de forma permanente, la mejor postura existencial es la de la disponibilidad para el cambio.

Un siglo atrás, el filósofo John Dewey identificaba esta condición con la capacidad de permeabilidad a la experiencia de otros y al entorno, rasgo de humanidad que ligaba a su concepto de educación. Nos educamos en la medida que nos dejamos tocar por la historia de otros, por el entorno, por lo que nos sucede, por quienes están cerca a nuestra experiencia de vida. Heráclito de Éfeso lo expresaba en la antigüedad con una metáfora ampliamente recurrida en la historia de la filosofía: "Nadie se baña dos veces en el mismo río".

Tener la capacidad de cambiar no equivale a la de asumir un vuelco radical en los modos, conceptos o creencias. Son absurdos los cambios radicales, porque no tiene sentido el salto de un fanatismo a otro. Va, más bien, con la apertura permanente para ser permeables a los cambios de la historia, de las circunstancias, y la valentía para ceder cuando otro punto de vista es más claro que el nuestro. Significa que no es legítimo creer que lo entendimos todo, porque lo más cierto es la incertidumbre, la posibilidad de que algo nuevo pueda venir.

Nadie tiene capacidad para predecir lo que pasará en la tecnología, en la geopolítica, en el pensamiento, en las creencias, en el arte. Algunas cosas son previsibles, pero son más las que nos sorprenden. Así que una de las cualidades más loables de la condición humana es la capacidad de cambio y adaptación a nuevas coordenadas. Por eso tenemos jóvenes de noventa años, pero, también, viejos de 30.

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