Quien vive a crédito transita por la cuerda floja. Eso lo sabe un niño de teta. Primero, porque está gastando por encima de sus posibilidades reales. Segundo, porque si recurre al respaldo del dinero prestado, aunque sea por 15 días o un mes, está limitando sus posibilidades de ahorro. O directamente, no está guardando granitos para cuando las cosas vengan del revés. Y ese es un error que termina pagándose muy caro. Lo mismo da que el sujeto de nuestra ecuación sea un muerto de hambre o que esté literalmente podrido de dinero y tenga la capacidad de generar suficientes ingresos: si siempre pide, siempre estará en deuda.
Si esto es así para cualquiera de nosotros, imagínense la ecuación multiplicada por mil. O por varios millones. Un Estado no es más que un organismo recaudador encargado de distribuir en beneficio de la sociedad cuanto se ha ido embolsando. Si gasta por encima de sus recursos, andará a remolque de los acontecimientos. Por desgracia, los Estados están gobernados por políticos, esos seres imperfectos hechos de la misma materia que nosotros, pero que necesitan ganar elecciones cada cierto tiempo para perpetuar la especie.
No hay país que no deba algo. La mayoría en torno al 60 % de su PIB. Se supone que un cierto nivel de endeudamiento no solo es asumible sino incluso positivo. Tengo mis dudas al respecto. En cualquier caso, hay naciones donde la carga comienza a ser insoportable por la rigidez de sus estructuras y su incapacidad para adaptarse a los cambiantes vientos de la economía global. Francia es un ejemplo.
La deuda de Francia creció en el primer trimestre de este año al 96,6 % de su PIB, hasta los 1.985.918 millones de euros. En 1990, apenas representaba el 35 %, y en 2000, el 57 %. Esto significa que en 15 años, su deuda pública se habrá duplicado. Este nivel sería soportable si sus ingresos crecieran en proporción, pero la economía gala está estancada y su Gobierno, que acaba de saltar por los aires, es incapaz de poner en marcha las reformas que necesita la segunda economía de la eurozona. Aunque la deuda de los países de su entorno también se ha disparado como consecuencia de la recesión, la situación es bien distinta a excepción de Italia, que con una deuda creciente del 120 % de su PIB y otro gobierno socialista al frente, es el otro gran problema de Europa. Alemania, con el 77 % de deuda pública, está comenzando a reducirla, mientras España, con el 98 % de endeudamiento respecto a su PIB en el segundo trimestre de 2014, ha hecho los deberes y está en condiciones de reducir los desequilibrios de sus arcas públicas y de reducir el ritmo de sus emisiones.
España lideró el avance de la zona euro en el segundo trimestre, con un alza del PIB del 0,6 %, frente al estancamiento de Francia (0 %), la contracción de la economía germana (-0,2 %), que algunos consideran temporal, y la recesión en la que ha vuelto a sumirse Italia, tras acumular dos trimestres consecutivos de descensos.
El gobierno galo ha advertido que no irá más allá de su plan de recortes del gasto público por 50.000 millones de euros para 2015-2017. El plan, que prevé una congelación de pensiones, de salarios de funcionarios y de algunos servicios públicos, ha dejado los niveles de popularidad del presidente Hollande y de su primer ministro Valls en el 17 %. El trasfondo no es otro que la excesiva dependencia pública de la economía francesa, cuyas estructuras siguen ancladas en los paradigmas del siglo pasado y más atrás.
Ahora, las críticas internas a las históricas reformas lanzadas por Hollande, encabezadas precisamente por su ministro de Economía, Arnaud Montebourg, han hecho insostenible un Ejecutivo que ha durado 147 días.
Montebourg ha dinamitado el Gobierno francés porque considera que la austeridad es "ineficaz e injusta" y origina "un sufrimiento inútil" a los ciudadanos. Quizá le parece normal pagar 50.000 millones de euros solo en intereses de deuda.
Quizá él sí puede vivir por encima de sus posibilidades.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6