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Botero y su otra carrera

15 de noviembre de 2008
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Gara salta espontánea con sus botas color rosa y azul. Gerónimo corretea por la manga que hay enfrente a la amplia casa. Catalina da pasos seguros con la pequeña Martina en sus brazos.

Como si tuviera mil ojos, como si cuidara el pelotón en plena carretera, Santiago Botero no pierde detalle de los movimientos de su familia, esa que se nota a leguas que ama y por la cual vive.

La afabilidad acompaña al corredor que vive junto con los suyos en un amplio condominio de casas, ahí mismo en el Alto de Las Palmas, cerca de la carretera donde ha sido el escenario de sus entrenamientos desde hace más de 15 años, incluso en la que sufrió un accidente que por poco le cuesta la vida.

Botero brilla; esos ojos azules se hacen más intensos en cada mirada que lanza en procura de sus hijos o de la esposa que cuida de forma rigurosa a la pequeña que nació la semana pasada.

Al verlo es cuando se sabe porqué Santiago reclama estar mucho tiempo al lado de su familia. El amor le fluye por los ojos y por los poros al campeón mundial que anunció, en días pasados, la continuidad por un año más en el ciclismo de la élite nacional a espera de lo que le diga el equipo de Colombia es Pasión.

Al llegar a esa casa marcada con el número 85 lo que llama la atención, de entrada, es que ahí viven niños, porque unas casitas y unos muchachitos pintados con tizas de diversos colores sobre el piso dan cuenta de quiénes rondan por allí.

Gara, la mayor de los tres es igual a su mamá Catalina, es la misma cara. En este diciembre cumplirá cuatro años y le gustan las fotos, porque montada "al anca" de su rubio padre, hace gestos de modelo. Tan femenina como su mamá, quien relata que la pequeña la sigue todo el día cuando está en casa, para acompañarla a coser y cocinar.

Mientras tanto, el rubio Gerónimo reclama acción; la aventura diaria de todo niño que quiere ir suelto, pero eso sí, al lado del papá, ese héroe que toma la patineta en sus manos para inducirlo a la competencia en la rotonda de ingreso que antecede a la espaciosa vivienda. La otra Vuelta a Colombia con mirada de niño.

A Santiago se le van esos ojos celestes cuando mira a los suyos, esos seres de los que no quisiera desprenderse nunca. Con sobrada razón siempre dice que no hay nada mejor que estar al lado de los hijos en esos momentos que reposan el ciclista y la bicicleta.

Santi goza con cada gesto y movimiento del par de pelaos que cuando miran el ciclismo en la televisión, cuenta Catalina, dicen que ahí va el papá, así no sea él.

Gara es alegre y vivaz, además de bella. Precavida, mide sus pasos. Gerónimo que incluso le dice gordito cariñosamente a su padre, se muestra serio, pero demasiado afectuoso con las niñas: le da besitos a la recién nacida que no ha sido motivo de celos en los hermanos mayores "ya que ambos saben de nuestro total afecto hacia ellos", refuerzan Santiago y Catalina Laverde.

A diferencia de otras casas en las que el deporte es el rey como referencia de su dueño, el único vestigio medio perceptible en la sala principal son seis libros del Tour de Francia, porque de resto nada diría que esa es la vivienda de un campeón del mundo de la bicicleta, ese que es feliz relatándole e inventando cuentos y fábulas a sus críos antes del descanso nocturno.

Nada de trofeos o recuerdos por ahí colgados en diferentes partes. Solo al transitar en medio de tapetes persas, en su interior, se advierte que por algún lado había que encontrar la historia de las gestas del Santi Botero en carreteras de Europa, especialmente.

Una especie de galería exhibe las fotos, año a año, de los logros obtenidos en el Tour de Francia, con sus tres triunfos de etapa, las tres victorias obtenidas en la Vuelta a España, y dos camisetas que muestran las hazañas: el cetro de la montaña del Tour de 2000 y la de la consagración total como campeón mundial de la contrarreloj en Zolder, Bélgica, en 2002.

Santiago mira desprevenido ese santuario en el que Gara hace más morisquetas al colgársele de la espalda, como queriendo alcanzar las medallas que penden de lo más alto como ha sido la carrera de este curtido rutero de 36 años.

Y antes de llegar a la alcoba principal, Santiago muestra con orgullo las habitaciones de sus hijos. Sobre la cama de Gerónino hay una colección de cuentos y libros. Fábulas que invitan a recordar los años infantiles esas que lee y cuenta Botero todas las noches. Y en el piso un mundo de FisherPrice , con pistas y escenarios que son la dicha de hijos y padres en los espacios de regocijo familiar, en el que Botero coronó su mejor carrera: ser un gran papá.

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