El cuadro de violencia, de esa absurda que siempre galopa sobre la realidad colombiana, no podía ser más patético: el joven apuñalado en inmediaciones de Bogotá por fanáticos del Santa Fe, era un seguidor del Deportivo Cali pero tenía la camiseta de su rival de plaza: el América. El muchacho buscó protección en el rojo, tal vez queriendo confundir a sus persecutores, o presintiendo que el verde de su equipo no era ya esperanza de vida ante la horda que abandonó el bus para salir en su búsqueda.
El asesinato de Juan David Pérez, de 17 años de edad, en Soacha, a manos de más de 25 incondicionales del "Expreso rojo", obliga a ocuparse de un fenómeno que supera cualquier lógica y confronta la razón. Sólo en Colombia, este año, han sido asesinadas seis personas en medio de actos protagonizados por las denominadas barras bravas, término que nos llegó inconsultamente de Argentina y que seguimos utilizando como si fuera el más certero.
Si hay algo que podemos afirmar para explicar por qué un grupo de adolescentes decide quitarles la vida a otros muchachos, sólo porque aman los colores de otro equipo -y se atreven a exhibirlos-, es que la sociedad burguesa está perdiendo lo que podríamos llamar "la guerra de identidades".
En otras palabras, lo que el pensamiento liberal le prometió hace cerca de dos siglos a la humanidad -por ejemplo, el progreso constante y el predominio de la razón-, entró en crisis frente a nuevas expresiones identitarias surgidas de la denominada globalización y de un consecuente agotamiento del modelo de Estado-Nación, ese mismo que la Modernidad puso en marcha para hacer realidad la democracia. Entre otros motivos porque aquel se concibió para darles cabida a todos los sectores y clases y para gobernar en nombre de todos y no para unos pocos.
Mientras en Europa algunas barras todavía actúan movidas por un espíritu xenófobo o antiétnico, en nuestros países -caso de Colombia-, opera también un sentimiento antirregional, en unas ocasiones, cuando no es el de secta el que se produce en los casos de ataques contra seguidores del cuadro de la misma plaza, complementados con manifestaciones que evocan al nacionalsocialismo alemán.
Hoy inspira más arraigo entre los jóvenes pertenecer a una barra de fútbol, que ser estudiante o habitante de un determinado barrio o localidad. Uno de los líderes de la barra santafereña protagonista del asesinato de Juan David, afirmó categóricamente: "cuando a uno le atacan la barra, de hecho o de palabra, es igual o peor que le atacaran a la mamá, el ser más querido que uno tiene".
Un primer balance de la situación permite concluir, por desgracia, que lo que hoy aparece como un pretendido triunfo de los jóvenes -de por sí engañoso-, es una aplastante derrota de la Modernidad. El autogol, pues, en el arco de la dignidad, es de todos.
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