Varias veces se ha hablado en el país de la importancia de un cine regional, en alusión a películas que se realizan pensando en reflejar y respetar los modos y costumbres de las distintas regiones colombianas, una alternativa con capacidad de insuflar sangre y vida a la cinematografía nacional.
Algo de respuesta a ese reclamo aparece en el filme Yo soy otro del realizador Óscar Campo, vinculado a una cierta tradición creada en la ciudad de Cali y que viene desde las épocas de Carlos Mayolo, Luis Ospina y Andrés Caicedo. Justamente Ospina ha repetido esa referencia a propósito de la obra de Campo: "Me alegra que en Cali se siga haciendo el cine fantástico que comenzamos hace años, ahora con nuevos medios y otros puntos de vista".
Esa continuidad es reconocible en esta nueva película colombiana, sexto estreno nacional del año, en cuanto expresa la cinefilia que siempre han tenido los directores de esa ciudad, con un trabajo del que pudieran rastrearse influencias en obras conocidas de realizadores como Donald Siegel o David Cronenberg.
Lo importante en el caso de Yo soy otro es que el filme no se agota en un ejercicio de repetición de los códigos del cine fantástico ni se orienta por la vía de la parodia o el pastiche. Campo asume el tema con una perspectiva propia y lo convierte en un producto radicalmente colombiano, no obstante las referencias antes indicadas.
La presencia considerable de material de archivo testimonia el gusto del director caleño por el documental, al punto de convertir esa parte del cuerpo de la obra en una especie de segundo texto que se integra a la ficción y termina por influirla y dotarla de significación.
La combinación creativa de documental y ficción se ha constituido en una de las experiencias más enriquecedoras del cine en los últimos años. La articulación de esas dos formas de encarar la realidad presenta serias dificultades, dados los riesgos de repetición, banalidad o intrascendencia que asedian sus resultados.
El guión de Óscar Campo se construye a partir de una fábula fantástica, en la que un hombre comienza a ver aparecer granos en su cuerpo, en una enfermedad que alguien supuestamente identifica como proveniente de la selva, lugar al que el personaje no ha ido, aunque sí ha visto repetidamente en la televisión.
Al tiempo que vive la invasión de esas extrañas formaciones en la piel, este hombre, llamado José, empieza a ver en la calle otros seres iguales a él, en una multiplicación inexplicable y que anuncia la extensión incontrolable del mal, en lo que parece una duplicación de la identidad y la conciencia del protagonista.
La estructura de tiempo seleccionada es compleja. La lectura del texto de ficción está condicionado y totalmente modificado por las imágenes de archivo que mira José en la televisión o que aparecen de forma más libre y sin ninguna justificación dramática, obligando a que el espectador tenga que buscar en los soportes documentales el sentido de la fábula que está viendo.
Héctor García, el actor, afronta con solvencia la tarea de interpretar un grupo de personajes, José y sus dobles, acompañado con mucho vigor por las actrices Patricia Castañeda y Jenny Navarrete, con lo que el documentalista sale adelante en el reto que le planteaba la dirección de actores.
Hay varias claves para la interpretación de Yo soy otro. De un lado están las propias del género fantástico y sus proyecciones narrativas, y de otra parte las que tienen que ver con las imágenes de archivo, que aluden claramente al país y que no sé si puedan crear alguna dificultad de comprensión para un espectador extranjero.
Óscar Campo apunta a un cine de autor, una apuesta nada sorpresiva conociendo sus antecedentes como realizador y como docente, condición ésta que lleva a que adicionalmente la película se haya concebido como un taller de práctica para varios jóvenes que giran alrededor del maestro y profesor caleño de tantos años.