Si la intervención del diputado Rodrigo Mesa Cadavid (no cabe aquí decirle honorable, como tampoco señor), en la Asamblea Departamental fue inaceptable desde todo punto de vista, otro tanto hay que anotar sobre las declaraciones que ha dado en los distintos medios de comunicación para tratar de justificar su descomunal despropósito, explicaciones que en vez de mitigar el error, han acabado por empeorarlo.
Cuesta trabajo entender que una persona con esa investidura tenga esa pobreza lingüística y ese grado de incultura, sin embargo, lo más embarazoso es el desparpajo con el que este tristemente famoso personaje exhibe su vulgaridad, amparado en que su lenguaje es "coloquial porque soy muy paisa y soy del pueblo".
Es bueno que el diputado Mesa Cadavid sepa que coloquial no es sinónimo de soez, y que ser paisa o del pueblo no conlleva, ni mucho menos, semejante ordinariez.
Además, luego de los veintitantos años que inexplicablemente lleva atornillado a esa curul, era de esperarse que, al menos, hubiera aprendido algo de urbanidad, a respetar a sus compañeros y a distinguir que no es lo mismo arrear ganado que disertar en el sagrado recinto de la Asamblea Departamental.
Ojalá que este vergonzoso episodio, que debe ser sancionado no solamente por su inadmisible racismo sino también porque como servidor público está en la obligación de guardar compostura y ser ejemplo para la ciudadanía, sirviera para darnos cuenta de la clase de individuos a los que les estamos entregando nuestra representación, y como motivo de reflexión sobre la falta de civilidad y de modelos del buen hablar que estamos padeciendo en la actualidad.
Anteriormente el hogar, el colegio, los medios de comunicación (radio, televisión y prensa escrita) y hasta los mismos políticos, que en su mayoría dominaban el arte de la oratoria, servían de patrones para hablar bien y comportarse decorosamente.
Sin embargo hoy, sobre todo en materia de lenguaje, las cosas son bien distintas.
Al poco rigor idiomático exigido en el hogar y las aulas escolares, hay que sumarle la pésima influencia que ejercen los medios de comunicación orales: radio y televisión.
No es sino ver la cantidad de emisoras donde locutores que desconocen por completo el idioma, conducen programas que hacen clara apología a la ordinariez, que se sirven del morbo de sus oyentes para hacer comentarios ramplones y obscenos, sin que ninguna de las autoridades competentes les llame la atención.
Otro tanto está sucediendo con la televisión donde la vulgaridad también ha alcanzado extremos inaceptables, con la justificación de una falsa familiaridad y autenticidad.
Es preciso, pues, retomar la senda de la compostura y para ello es menester que desde la academia se haga énfasis en la responsabilidad social que tienen los medios de comunicación y, al mismo tiempo, se le exija al Gobierno que ejerza el debido control y aplique las sanciones pertinentes, teniendo en cuenta que estos medios orales influyen poderosamente en los oyentes y televidentes.
P.S.: Corresponde a la Asamblea Departamental averiguar por qué en la hoja de vida del tosco diputado, figura con una profesión y unas especializaciones que jamás cursó. Aunque optar al cargo de diputado no obliga un grado de escolarización determinado, el engaño en esta materia sí amerita un severo castigo.
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