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CON AMIGOS ASÍ, PARA QUÉ ENEMIGOS

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21 de julio de 2013
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Bolívar sabía del agua que lo mojaba y por eso concluyó que cada colombiano es un país enemigo. Lo recuerdo al notar la alegría mal disimulada de muchos individuos que se divierten resonando la maldita corrupción, denotan el deseo perverso de que fracasen las aproximaciones hacia la paz, parece que gozaran de las noticias diarias sobre las desgracias de la delincuencia y la inseguridad o que celebraran si en las protestas de estos días surge un explosivo componente de violencia.

Por supuesto que al examinar la realidad nacional es necesario aplicar un método cercano al pensamiento crítico. Sería una estulticia tragar entero, eludir la búsqueda del sentido verdadero e inédito de los malhadados episodios habituales, negar que el gobierno parece inclinado a escudar su ineficacia confiado en que los problemas se resuelven por ley de inercia. No estamos en el paraíso, en un jardín de las delicias. Esto a veces es una figuración del purgatorio.

Pero no estamos condenados a hundirnos en el fondo ígneo de la tierra, no pisamos el infierno. Criticar es inteligente, saludable. Sin embargo, puede volverse criticadera desesperanzadora y dañina, que ayuda a propagar la impresión muy discutible de que nuestros males no tienen remedio y, más todavía, a cultivar mentalidades y actitudes de desconfianza que desconceptúan y condenan todo aquello que se parezca a lo institucional.

Sí, hay una clase política enferma del virus de la corrupción que llegó a las Indias en las tres carabelas y que sigue sin vacunar en la amada Península Ibérica. No obstante, hay algunos políticos íntegros, así como hay muchísimos funcionarios honorables, jueces probos y, sobre todo, legiones de servidores de las fuerzas militares y de policía consagrados a la defensa de nuestra vida y nuestros bienes y a sacrificar sus vidas y bienes por un sentido radical y admirable del deber y la lealtad con el país, con la patria.

Cómo estarán burlándose los enemigos archiconocidos de esta nación, en las guaridas, en el monte o en los extramuros urbanos, al comprobar el cretinismo, la indolencia y la falta absoluta de criterio de tantos ciudadanos que parecen empeñados en una estrategia anarquista de desprestigio de las instituciones, de destrucción de la fe pública, de erradicación del respeto a las normas y a la autoridad legítima, de guerra a los valores y tradiciones, de aborrecimiento a la familia, en fin, de negación de lo que mantiene viva y cohesionada una sociedad.

Ese deleite, ese disfrute malévolo, esa fiesta macabra que se arma para orquestar las calamidades y las malas noticias producirían popularidad y satisfacciones inmediatas pero efímeras. Con amigos así, para qué enemigos, dice la gente en su curiosa y antigua sabiduría. También ahí, Bolívar fue profético.

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