Desde una altura superior a los 120 metros y una velocidad de 57 kilómetros por hora, en mini dron (avión no tripulado) se emprende la búsqueda de los hipopótamos perdidos en el Magdalena Medio. Es un aparato para operaciones militares, pero esta vez se usará para intentar detectar ejemplares de una manada que algunos calculan en 35 y de la que no se sabe el lugar donde están.
El calor picante del corregimiento Doradal, en Puerto Triunfo, hace pesada la tarea. Pero la misión tiene emoción: ¿veremos los animales, ejemplares descomunales de hasta cuatro toneladas de peso?
Una pista nos lleva a una carretera paralela al parque temático Hacienda Nápoles. La vía es destapada y conduce a Puerto Nare. Como es verano, está transitable. A un kilómetro del parque empiezan a verse pequeños lagos, hábitats ideales de este mamífero africano que llegó a Doradal en tiempos de Pablo Escobar y se fue reproduciendo sin control.
Casi treinta años después, ya no son un adorno o una excentricidad de un capo, son un problema de grandes dimensiones para la región y el país.
Los lagos hacen presagiar que algo bueno puede pasar. Hay total visibilidad a distancia y el corazón acelera los latidos. Huele a hipopótamo...
Y por fin, a tres kilómetros de la hacienda, el relieve de las cabezas negras sobresale en el lago y confirma que la pista era correcta: se ven hipopótamos. Uno, dos, tres...
-Debe ser una familia completa-, dice José Alfredo Betancur, dueño del dron, cuya misión será fotografiarlos y determinar sus áreas de migración y los efectos devastadores que pueden tener sobre los terrenos que pisan.
Sus huellas las vemos al ingresar al predio y también los observamos a ellos apacibles en el agua. Cada cinco o menos minutos, sus cabezas emergen, lo que facilitará la tarea que sigue: Desde tierra, grabar sus movimientos. Desde el aire, echar a volar el dron para hacer un mapeo de su zona y detectar sus caminos. Y desde el corazón, emocionarnos con su dimensión: enormes, serenos, impredecibles.
-Ahora se trata de buscar una zona de aterrizaje y de despegue-, dice José Betancur.
Su compañero, Juan Manuel Ramírez, toma medidas, cuenta pasos y distancias y juntos sacan conclusiones:
-Hay que buscar otro predio que garantice que el dron pueda despegar y aterrizar sin problema-, dice José Manuel. Y se van a una finca vecina. Pero el fotógrafo, Esteban Vanegas, no se quiere perder detalles. Se acerca cada vez más al lago. Yo le sigo los pasos.
-Son tres, estoy seguro, deben ser un macho, su hembra y su cría-, sostiene Esteban.
Sería lo más lógico, pero determinar el sexo de estos colosos es difícil, según lo reconoce David Echeverri, el ingeniero de Cornare que encabeza la misión de buscarle solución al asunto, que podría derivar en la decisión de exterminarlos, como recomiendan ambientalistas e incluso especialistas que han venido de África a asesorar a Colombia.
-Estamos tramitando recursos para salvarlos-, dice Echeverri.
Cada esterilización de un ejemplar cuesta entre 80 y 100 millones de pesos. Y la tarea es quijotesca, incluso la de hallarlos y trasladarlos a un lugar seguro. La búsqueda abarca un área de 4.777 kilómetros cuadrados de los nueve municipios del Magdalena Medio, donde pueden estar dispersos.
Tras la muerte de Pablo Escobar (abatido por la Policía el 2 de diciembre de 1993), Nápoles dejó de ser suficiente para contener a una familia que empezó con cuatro ejemplares y que se fue reproduciendo. Se habla de unos 35 que se fugaron de la hacienda obligados por el macho dominante.
Ahora ellos, en las noches, abandonan los lagos y se van en busca de alimento, básicamente pastos, de los que deben comer hasta 70 kilos por día. Son descomunales.
Eso lo siente Esteban, que se aproxima a casi cinco metros del lago y entonces, uno de los ejemplares, creyendo amenazado su territorio, empieza a salir. Viene hacia él, hacia mí también, y sólo queda correr. Pese al riesgo, su salida posibilita mejores imágenes y se acelera el corazón. Esteban, más joven, corre más, pero yo con susto vuelo...
Al otro lado, Juan Manuel y José echan a volar el dron. Pesa menos de un kilo, pero va cargado con cámara, baterías, propulsor, antena y otros aditamentos. Se opera desde un computador en tierra.
-El dron está hecho de un poliuretano resistente de baja densidad-, dice Juan Manuel.
En el aire, su color negro lo asemeja a un gallinazo e incluso una manada de cinco lo siguen pero no lo tocan. Tras unos cuarenta minutos de vuelo, el dron regresa al punto de partida. En su chip quedan las imágenes (ortofotografías) del recorrido por la hacienda y los alrededores del lago.
-Misión cumplida-, dice Esteban, feliz por haberlos hallado y lograr fotos y videos de este descomunal animal, que alcanza velocidades de hasta 50 kilómetros por hora