Además de que generan preocupación entre la población civil y las autoridades locales por las evidentes destrucciones que provoca el uso de armas no convencionales, tan detestables como los cilindros-bomba, los recientes ataques de las Farc y del Eln suscitan de nuevo la pregunta: ¿qué buscan con ello las guerrillas?
¿Hacernos sentir a los colombianos que aún tienen alguna capacidad militar (terrorista, sin duda alguna)? ¿Atemorizarnos? ¿Llamar la atención? ¿Dar coletazos que apenas alcanzan a cobrar inútilmente las vidas de ciudadanos indefensos y de policías valientes a los que sorprenden a bombazos?
Sus acciones en Nariño, Valle del Cauca, Arauca y Norte de Santander, nos suenan a desesperados intentos por desestabilizar y ahondar alguna percepción de desbarajuste en el control de la seguridad por parte del gobierno del presidente Juan Manuel Santos.
Y llamamos, por supuesto, a que las Fuerzas Armadas no bajen la guardia ni su posición ofensiva contra los grupos armados ilegales. Que no se desdibuje, bajo ningún pretexto, el legado de la Seguridad Democrática del gobierno Uribe. Cabe, por supuesto, porque en la contención de enemigos tan irregulares y criminales, nada sobra. No está permitido parpadear ni darles respiros a los enemigos de las instituciones y de la democracia.
Pero escudriñando en la lista de víctimas de los ataques guerrilleros recientes, se encuentran, como siempre, civiles indefensos: por ejemplo, una pareja y su hijita de dos años. Además de tres infantes de marina y tres policías. Es una lástima que los subversivos crean que logran algo... cuando mucho, refrendar la creencia general de que sus acciones no le aportan nada al país, tan solo tristeza y destrucción. Y renovarnos el firme propósito de combatirlos e impedirles cualquier rearme.
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