En la pasada columna, que titulé La casta de bata blanca, señalé que la salud en Colombia tiene problemas estructurales que padecen millones de colombianos. Diré, con sinceridad, que tras haber estado ocho años secuestrado por la guerrilla, yo estoy en el club de los privilegiados. Como lo dijo el vicepresidente Angelino Garzón, “a mí me atienden muy bien, pero millones de colombianos sufren las consecuencias de un sistema perverso”.
En la columna anterior, me referí a la privilegiada casta, conformada por algunos especialistas. La posibilidad de ingresar en Colombia a una especialización médica es reducida, además de ser costosa. Señalé también que a algunas de ellas, sólo podía ingresar la clase alta o los hijos de los especialistas.
A mi correo electrónico llegaron cientos de mensajes respaldando con sus propios casos mi opinión. Otros manifestaron críticas. Y el Jefe de Posgrados de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, Jaime Carrizosa Moog, me expuso algunas consideraciones para rectificar en mi columna.
Según Carrizosa, “de todas las facultades, tanto públicas como privadas, la de la U. de A. es la única que no cobra matrículas en sus posgrados de medicina, permitiendo el acceso a todos los interesados, independientemente de su condición socioeconómica. El proceso consta exclusivamente de un examen de conocimientos de medicina general; no existen entrevistas, ponencias, revisiones de hojas de vida u otros elementos que podrían dar cabida a una selección dirigida o subjetiva de los aspirantes. El número regular de aspirantes a la especialización en medicina interna oscila entre 250 a 300 cada año y no mil como se refiere en su columna. Los cupos para dicha especialización son doce y no dos”.
Tras esa exposición, reconozco la importancia de la Universidad de Antioquia en la formación médica en el país, las posibilidades que ofrece y su alto nivel académico. Pese a la imprecisión en mis cuentas -por la cual doy excusas-, reafirmo que en todo el país existe esa casta de especialistas y obedece al “macabro sistema de salud”, citando a Carrizosa en su misiva. Él mismo reconoce: “los elementos de revisión de hojas de vida y entrevistas podrían dar cabida a una selección dirigida o subjetiva de los aspirantes”.
Y continúa: “Es cierto que gremios especialistas se pueden oponer al incremento de los cupos de formación en posgrado, pero dicha postura nunca ha sido un elemento en la decisión autónoma de la U de A”.
Nicolás Duque Rendón, cirujano del Hospital San Vicente de Paúl, también presentó su molestia. Señaló que los especialistas no tienen tiempo de “pavonearse por los pasillos”, como lo expresé. Sucede que yo emplee la palabra “algunos”. Duque, sin embargo, sintió que mi observación lo incluía.
No generalicé. Sería injusto desconocer la honestidad y gran profesionalismo de cientos de especialistas del país. Sus manos sanan dolores, dan esperanza, salvan vidas. De hecho, les debo la mía, pues durante mi secuestro, cuando me vi en un grave estado de salud que los guerrilleros no lograban mejorar, mi esposa se reunió con varios especialistas de la Universidad de Antioquia -entre ellos el internista Ignacio Ceballos-. Ellos le recomendaron medicamentos que luego me hicieron llegar. Gracias a eso salí de mi larga y penosa agonía. Sí, lo reitero: hay una casta de bata blanca. Y sí, desde luego y por fortuna, también hay héroes de bata blanca.
Pregúntense ustedes, señores especialistas: ¿cuál bata se ponen?