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David O. Russell vive del escándalo

Entrevista con el director de Escándalo Americano, cinta que ganó Globo de Oro a mejor comedia, actriz principal y actriz de reparto. Se apunta como favorita al premio Oscar.

  • David O. Russell vive del escándalo | David O. Russell ha tenido una carrera de buenas críticas y, también, de muy malas. Ahora volvió y el camino le sonríe. FOTO AFP
    David O. Russell vive del escándalo | David O. Russell ha tenido una carrera de buenas críticas y, también, de muy malas. Ahora volvió y el camino le sonríe. FOTO AFP
13 de enero de 2014
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Es diciembre y hace un calor de mil demonios en este maldito desierto. Mortificado por sus decisiones estéticas (traje negro ajustado con chaleco), el cineasta David O. Russell atiende a la prensa en Dubái, más educadamente de lo que su fama de tirano impaciente hacía esperar, en el lujoso hotel Al Qasar, que tiene habitaciones de 10.000 euros la noche y huéspedes con Lamborghini.

Ha venido a presentar una comedia, realmente terrible, en la que Clive Owen y Juliette Binoche pegan como la carne picada y los palitos de cangrejo y no acaba de creerse que "todo esto" esté sucediendo, mientras uno de sus actores, Navid Negahban, estadounidense de ascendencia iraní, coquetea en una esquina con una belleza televisiva local.

"Todo esto" es el Festival Internacional de Cine de Dubái (Diff), que escogió Escándalo Americano, última película de Russell, para cerrar su décima edición. Jim Sheridan, Cate Blanchett, Mark Ruffalo o Martin Sheen fueron otras de las estrellas de Hollywood que desfilaron por el joven certamen, en una doble demostración: el dinero no falta en esta parte del mundo, y el mercado de los Emiratos Árabes Unidos es cada vez más importante para la industria cinematográfica global.

Una estafa exitosa
Russell, neoyorquino de 55 años, que había llegado por la mañana en uno de esos relucientes pájaros de metal desde Londres, seguía admirado, cuando llegó el turno para la entrevista, de que las azafatas vendieran a bordo solución salina para la nariz taponada. Así que mostraba orgulloso el botecito, que apenas lograba llamar la atención entre el resto de los ingredientes de su dieta para campeones escogida para la sobremesa: té verde con tabasco, algo que parece un batido de apio y una Coca-Cola. "No me gusta quedarme corto pidiendo", explicó.

"Es mi primera vez aquí y todo lo que puedo decir es que me parece un cruce entre Miami y Las Vegas, esas son mis únicas armas descriptivas".

Venir a esta parte del mundo a presentar Escándalo Americano podría tener sentido después de todo. La película se inspira en hechos más o menos reales con conexiones en Oriente Próximo ("algunas de estas cosas sucedieron", advierte un rótulo en la secuencia inicial de títulos).

Russell y Eric Warren teorizan en el guion sobre la integridad y otros asuntos de la condición humana a partir de un escándalo de corrupción política que sacudió Estados Unidos a finales de los años 70 y que acabó con cinco congresistas y un senador en la cárcel por aceptar sobornos. Fue la culminación de una operación bautizada por el FBI como Abscam, contracción de Arab scam, que cabría traducir por "estafa árabe". La agencia federal usó como anzuelo a un supuesto jeque de Abu Dabi, que está a una hora y media por carretera de Dubái. En la película, el anzuelo es, en uno de los giros surrealistas tan queridos por el director, un mexicano de aspecto cetrino, pero ni idea de árabe.

Para atrapar a los políticos corruptos, las fuerzas de la ley (un agente italo-americano con debilidad por los rulos interpretado por Bradley Cooper ) se sirven de Christian Bale, trapicheador de poca monta pillado con las manos en la masa, su extraordinario e ingobernable peluquín y su compañera de correrías, Amy Adams, que resulta criminalmente sexi e inteligente en su papel de arribista con falso acento inglés.

El trío, habitual de las películas de Russell, encabeza un reparto realmente memorable, que incluye hasta un Robert De Niro sin acreditar.

No deja de ser curioso lo mucho que nuestro hombre obtiene de sus intérpretes, si se tienen en cuenta sus problemas con los actores. "Eso es tremendamente injusto", dice cuando se le formula la única pregunta que el de relaciones públicas ha sugerido al periodista que no haga bajo ningún concepto.

"Si lo consideras desde un punto de vista porcentual", responde el director sin perder la calma, "te darás cuenta de que es injusto. Soy juzgado por dos malos días de mi vida. Pasó lo que pasó, es cierto, pero imagínese… Todos los actores acaban a buenas conmigo. Después de los años, amo a Lily Tomlin, y George Clooney, bueno, él y yo mantenemos una relación que podría definir de amigable".

¿Lío con Clooney?
El primero de los dos días que más probablemente le perseguirá durante el resto de su vida acaeció durante el rodaje de Tres reyes (1999), película sobre la posguerra en Irak que transcurría en la ficción (se filmó en realidad en E.U.) no muy lejos de aquí: más allá de las vistas desde la terraza, más allá del hotel Burj Al Arab, con esa silueta con forma de vela y sus siete estrellas, "el más lujoso del mundo", y más allá de la enorme mancha azul con islas artificiales del golfo Pérsico.

Clooney, entonces una estrella en ascenso, y Russell, cineasta de la gloriosa generación del indie de los 90 y listo para dar el salto a las grandes ligas de Hollywood, acabaron a puñetazos en el set, aparentemente cuando el actor no pudo soportar por más tiempo el trato vejatorio con el que el director castigaba constantemente a los técnicos.

La cosa trascendió ampliamente, sobre todo gracias a Clooney, que llegó a definir sus diferencias con Russell en la prensa como "la peor experiencia" de su vida. El director, por su parte, declaró: "No volvería a trabajar con George ni aunque me pagaran 20 millones de dólares".

Charles Roven, que produjo Tres reyes, no va tan lejos como el actor, aunque reconoce que "el rodaje fue muy complicado". "Hacía mucho calor y los tanques y los 4×4 explotaban continuamente; no era, desde luego, el mejor escenario para templar los nervios. Hasta donde yo sé, todo aquello está olvidado".

La fama de Russell como un ser imprevisible quedaría cimentada, esta vez con pruebas documentales, cinco años después, con su siguiente película I heart Huckabees (2004), curioso y un tanto fallido experimento que los eslóganes definieron como una "comedia existencial". Aquella, además, sería "la prueba definitiva de su capacidad para armar repartos con los mejores intérpretes, pese a no disponer de presupuestos altos", según Sharon Waxman, autora de Rebels on the backlot (Harper), una indagación en las historias de "seis directores pioneros y cómo conquistaron el sistema de los estudios de Hollywood", en la que Russell tiene un papel destacado junto a Steven Soderbergh, David Fincher, Quentin Tarantino, Spike Jonze o Paul Thomas Anderson.

Waxman, entonces corresponsal de The New York Times en Hollywood, ofrece en el libro, que incluye también un impagable intercambio epistolar con Clooney, un diario algo tenso del rodaje. Aunque nada pueda compararse con la grabación de YouTube en la que se ve a Russell perder los nervios con su estrella, la actriz Lily Tomlin, a la que en un momento determinado llama "puta". "Aquella película y lo que vino después fueron los momentos más bajos de mi carrera", recuerda el director.

Russell se refiere a los seis años que median entre el estreno de Extrañas coincidencias, que, por decirlo de un modo suave, no fue precisamente un éxito, y su triunfal vuelta con El luchador (2010), desquiciada historia de superación basada en la figura de un boxeador sin demasiada fortuna que le valió una candidatura al Oscar a la mejor dirección.

"Antes de que Mark Wahlberg acudiese en mi ayuda y me ofreciera la historia, fueron muchas las cosas que pasaron en esos años, aunque estuviera apartado de la vida pública. Me separé de mi mujer de toda la vida (la productora Janet Grillo ), no logré completar una película (Nailed, a la que la bancarrota de los productores se llevó por delante) y traté de ayudar a mi hijo con sus problemas de bipolaridad. Perdí dinero. Perdí mi talento para contar historias. Perdí mi ser".

Ahora, se apresura a añadir, las cosas van algo mejor. "El chico se ha hecho actor, por desgracia. Eso no se lo desearía a mi peor enemigo, porque creo que este negocio es como una montaña rusa, como jugártelo todo a un número en el casino. Pero, en fin, que Dios bendiga la profesión, porque al menos le ha dado algo en lo que enfocarse. Una pasión en la que centrar su errática personalidad. Va a tener que pasar por un montón de trabajos, pero, bueno, yo también sufrí esa esquizofrenia laboral y no me ha ido tan mal".

Sus experiencias como padre atribulado dieron al director la idea de su siguiente película, la de su consagración definitiva. El lado bueno de las cosas, con su apariencia de comedia romántica con tintes de drama de frenopático, parte de un libro confesional de Matthew Quick, que Sidney Pollack le "regaló el mismo año en que murió". Y fue la gran sorpresa de 2012: obtuvo ocho candidaturas a los Oscar aunque solo consiguió una estatuilla. "Creo que ese fue el trabajo clave en mi carrera. A partir de ahí, la gente empezó a reconocer mi estilo. Ah, vale, resulta que haces esto, que te interesan las emociones de los personajes y representar al ser humano como lo que es, una máquina sorprendente y llena de aristas. Se podría decir que encontré mi voz". "Cuando trabajé por primera vez con él hace 14 años", añadirá después el productor Charles Roven, "sus películas ya tenían esa energía contagiosa. Lo que mejor las define es lo complicado que es saber si estamos ante una comedia o un drama".

Además que con el estilo que andaba buscando, en El lado bueno de las cosas dio también con las jóvenes estrellas Bradley Cooper y Jennifer Lawrence (que le valió un Oscar). Ambos repiten en Escándalo Americano, en lo que ya parece una marca de la casa: la reincidencia en los repartos. Amy Adams y Christian Bale ya habían trabajado con él en El luchador.

La película ha sido saludada por la crítica estadounidense con un entusiasmo enorme ("es uno de los más impresionantes logros de la cinematografía reciente", sentenció David Denby en The New Yorker). Además, el filme se posicionó rápidamente en cabeza de la carrera por los premios, una frenética sucesión de galas que arranca con los galardones del Círculo de Críticos de Nueva York (donde resultó elegida mejor película del año), ganó en los Globo de Oro y culmina en la gran noche de los Oscar del 2 de marzo.

"Si le digo la verdad", explica Roven, "no hemos empezado siquiera a diseñar una estrategia para todo ello. La película se terminó como quien dice diez días antes de su estreno". Russell, por su parte, añade: "Quién sabe si ganaremos un montón de premios o no. Cuando has estado en lo más bajo, cuando has mordido el polvo, te sientes muy bien con cualquier tipo de reconocimiento. Soy capaz de hacer películas, que es algo que llegué a dudar, y eso es ya un triunfo para mí. Siento que toda mi vida me he estado preparando para estos tres filmes"-

Y no sabes si esa dialéctica algo cósmica tendrá origen en sus experiencias con el budismo o en el hecho de que de vez en cuando, como a todos los triunfadores, a Russell le guste mirar hacia abajo desde una terraza de Dubái y recordar al mundo que hubo un tiempo en que solo era un pobre chico de Nueva York.

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