Ese paquete de arepas que saben a mi tierra, la gelatina de pata que no comía hace años, las panelitas de coco que recuerdan la infancia, esos fríjoles que eran la delicia de la mamá?
Una extensa lista de productos que para cualquiera de nosotros se encuentran en la tienda o el supermercado de la esquina y son pan de cada día, para los colombianos que viven en el exterior se transforman en un bien preciado que les recuerda su origen y los vuelve a conectar con el país que dejaron, pero no olvidan.
El Ministerio de Relaciones Exteriores calcula que hoy uno de cada diez nacionales vive en el exterior. Esos cerca de 4,6 millones de personas componen el 'mercado de la nostalgia', un nicho en expansión que consume productos que los aferran a sus raíces.
Los mercados de la nostalgia que más han crecido en los últimos años se ubican en Estados Unidos y España, donde se concentra cerca del 40 por ciento de los emigrantes colombianos, según cifras de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Aunque Proexport no tiene cifras precisas de los productos que alimentan ese mercado, sí es claro para el ente promotor de las exportaciones se ha convertido en un segmento estratégico, no solo para llegar a los colombianos en el exterior, sino para que otros extranjeros incorporen productos nacionales en sus hábitos de consumo.
Traiga que eso se vende
Estos mercados nostálgicos son atendidos desde Colombia de múltiples maneras. Está el negociante que de paso por el país se gana unos euros y dólares de más cuando sale cargado de golosinas, dulces tradicionales y unas cuantas artesanías, si no es más, que muchos en los países de destino compran a precio de oro.
Pero también la nostalgia se alimenta del que viene de vacaciones y en su maleta de regalos incluye la barra de bocadillo, los arequipes, los fríjoles, las brevas y también la masa congelada que les vende Leonel Escobar, propietario de Mi Buñuelo, sobre todo a finales de año.
"Los antioqueños que venían de afuera nos pedían tanto la masa que empezamos a producirla para que se llevaran su kilito en 10.000 pesos y fuera solo llegar a su casa, hacer la bolita y calentar el buñuelo", comenta Leonel, quien solo en diciembre pasado vendió cerca de 200 kilos, que terminaron en comedores de los colombianos residentes en el exterior.
Mercando en contenedor
Pero en la última década se han consolidado varias comercializadoras internacionales que desde Colombia se han especializado en el mercado de la nostalgia y hacen negocio con distribuidoras encargadas de atender restaurantes y almacenes colombianos, tiendas de conveniencia y las cadenas de grandes superficies que viven del mercado latino.
Desde Medellín, la productora de conservas de Doña Paula, apoyada por Proexport, desarrolló una línea de productos étnicos como brevas, chontaduro, papa criolla, néctares y, más recientemente, yuca congelada, con que atiende los mercados de Estados Unidos y Europa.
"Llevamos diez años exportando y ahora enviamos entre dos y tres contenedores mensuales, aunque también la revaluación del peso nos ha dado duro y tratamos de subsanar las pérdidas de la tasa de cambio con el mercado nacional", explica Johana Andrea Cardona Díaz, jefe de Comercio Exterior.
Por el mismo camino exportador, se abre paso Productos Aburrá, que ha encontrado su nicho de nostalgia en la isla caribeña de Curazao, a donde envía el 80 por ciento de sus ventas al exterior de fríjol y maís trillado para arepas y mazamorra (lo que más se vende), antes de entrar de lleno en los mercados norteamericano e ibérico.
"Hasta hace poco nos buscaban los distribuidores, ahora queremos nosotros llegar directamente con nuestro portafolio de productos (55), entre granos, salsas, repostería y conservas de pescado", señala Marta Ramírez, directora de Comercio Internacional de esa empresa.
Un caso señalado como exitoso por el Ministerio de Comercio es el de Imepex, una empresa familiar valluna que exporta nostalgia a Norteamérica y Europa en forma de productos estrella y de alta demanda como panela, cola granulada, salsa de tomate, rollitos de guayaba, harina para natilla y, bueno, también hay pedidos que incluyen hasta tableros de parqués.
Así lo recuerda entre risas Miguel Santiago González, director de Comercio Internacional de esa firma, responsable de consolidar en bodega esos mercados y enviarlos desde Buenaventura, en contenedores con capacidad de 19 ó 25 toneladas. Hoy exporta entre 35 y 40 de esos mercados gigantes al año.
"Un pedido normal puede llevar 30 por ciento de panela, 25 por ciento de conservas y el resto repartido entre productos de marcas reconocidas que la gente añora como Ponymalta, fríjoles cargamanto, mazamorra, salsas? lo que pidan", comenta González que ahora aspira a sacarle jugo a la nostalgia de los colombianos que viven en Chile.
Un barco para Estados Unidos
Del otro lado del Caribe, en Miami, los colombianos que emigraron tras la crisis económica de hace una década también encontraron en la nostalgia una oportunidad ganarse la vida.
Adriana Díaz, una cartagenera de 27 años, tiene en el restaurante de su familia un pequeño mercado que empezó con diez productos, entre paquetes de papitas, manimoto, café, chocorramos y bombombun, y que hoy incluye más de 300 referencias en su página web (danielitoscolombianimports.com) que le llegan en encomiendas por vía aérea.
"Aquí uno vende de todo y se encuentra todo tipo de clientes. Está desde el colombiano 'recatero' que pide rebaja, hasta el que paga 30 dólares (52.740 pesos) por un paquete de obleas que en Colombia vale menos de la mitad", señala Adriana, quien se ufana de ser la primera en La Florida de vender gelatina de pata.
A otra escala, el colombiano Julio Barberi, quien emigró hace 11 años, tiene en Miami, con su firma Barberi International, la representación en Miami de 400 referencias de empresas de arepas, condimentos, dulces, ollas, snacks y verduras en conserva, entre otras, con que llega directamente a unas 300 tiendas colombianas y, a través de subdistribuidores, a otras 1.000 más de Estados Unidos.
"La nostalgia colombiana es muy apetecida y no es barata frente (por la tasa de cambio) a lo que ofrecen otros países como Brasil y México. Le puedo decir que para el 70 por ciento de los colombianos esos productos nostálgicos son un lujo en su canasta básica", comenta Barberi.
Él tiene su propio escalafón del mercado de la nostalgia puesto en supermercados: una Ponymalta vale un dólar, la bolsa de Supercoco (1,39 dólares), un paquete de bocadillos veleños (4 dólares), una tableta de pulpa de fruta (2 dólares), y la lista sigue con la papa criolla y unas que son made in Medellín: las panelitas de coco y las arepas.
Más al norte, en Nueva York, otro mercado gigante de colombianos también sabe de las delicias de la nostalgia en cifras mayores. La distribuidora Dinas Corp. representante de ventas de 16 marcas pesadas como Colombina, Nacional de Chocolates, El Rey, Molinos Corona y Universal (ollas), recibe anualmente unos 150 contenedores para suplir los pedidos de 2.600 clientes entre autoservicios, supermercados, tiendas y panaderías de toda la costa este estadounidense.
"No crea que solo se vende a colombianos. Latinos de otros países también aprecian las marcas de renombre, basta decirle que una chocolatina Jet o una Colombina la conocen en todo Suramérica", comenta el gerente de Dinas, Carlos Córdoba, un neoyorquino de padres caleños.
En lo que coinciden distribuidores grandes, pequeños, formales e informales, es que la nostalgia no es ya un asunto tan marcado entre países, pues la comunidad latina, que ya superó los 50 millones de habitantes en Estados Unidos, comparte sus nostalgias por gusto y por bolsillo.
Por eso ya no es raro que un dominicano consuma la yuca congelada colombiana, o que un colombiano le ponga a la arepa del alma, el chili mexicano.
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