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"Degustación" de dinamita

  • "Degustación" de dinamita | Óscar Hernández M.
    "Degustación" de dinamita | Óscar Hernández M.
21 de junio de 2010
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Mire usted cómo una palabra tan explosiva como dinamita, el terrible legado del señor Nobel, nos hace sonreír, y no por lo que la gelatina esa que mata en todas partes del mundo y deja sin piernas a mujeres, niños y hombres, tenga algo de bondadoso, sino por los avisos que aparecían a finales del siglo XX o no sé precisamente si a fines del XIX. En todo caso logré ver en una antigua publicación un aviso que hoy ni se puede publicar y si acaso se hace nos llenaría de espanto y de repugnancia.

"Ofrecemos a nuestra distinguida clientela la mejor dinamita del comercio, y para que se convenza de que decimos la verdad, le podemos dar una muestra gratis...". Así decía el comercial de la época y era perfectamente normal que se anunciara de tal modo porque no había gente interesada en matar a los demás sino en explotar las minas en aquella época en que no se calzaban las muelas con amalgama y pedazos de plomo sino que la cosa era a punta de trocitos de oro.

Esta es una de las veces en que podemos seguir diciendo "todo tiempo pasado fue mejor", porque era posible hacer "degustaciones" de dinamita en los almacenes del centro de la ciudad donde adquirir explosivos era tan fácil como comprar un perro caliente en este tiempo, lástima que la dinamita haya pasado de ser dama respetable a convertirse en perversa asesina.

PAUSA. ¿Homeroplastia es la intervención quirúrgica para mejorar un mal poeta?

RUMIAR. En principio esta palabra puede sonar mal por aquello de las vacas y demás semovientes que se la pasan masticando su yerba que viene a ser su pan de cada día. Pero cuando la palabra es trasladada al campo del recuerdo parece que se cambiara traje y nos lleva a pensar en aquellos buenos y malos momentos que ha tenido la existencia. Entramos en otra órbita y en ella comenzamos a desempolvar cosas que fueron y vamos viendo unos desfiles de luces y de sombras.

Pero hay otra manera de mirar esta palabra y de encontrar nueva explicación distinta a la que se ha dado hasta el presente. Siempre se dice que andamos, a veces, rumiando recuerdos cuando la verdad es en realidad otra que se parece mucho pero que es todo lo contrario de lo que aspiramos a explicar: los recuerdos nos rumian a nosotros. Son ellos los que entran repentinamente, a pasear entre las neuronas y a causar desasosiego o sonrisas leves que nos llevan a tiempos lejanos.

Entran, pues, a ser nuestros dueños, a manipularnos durante cierto tiempo que puede renovar heridas, acariciar antiguos besos o fruncir el ceño por la estupidez cometida en aquellos primeros años de juventud. Y así, de golpe, nos damos cuenta no de que estamos rumiando recuerdos sino de que nos están rumiando a nosotros como si fuéramos unos viejos cuerpos tendidos sobre la yerba.

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