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Desde el nevado

  • Carmen Elena Villa | Carmen Elena Villa
    Carmen Elena Villa | Carmen Elena Villa
06 de junio de 2011
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Escribí este artículo después de escalar un nevado. Era algo que hacía por primera vez en mi vida en medio de las montañas de Colorado en Estados Unidos, y además de quedarme asombrada con la majestuosidad de los paisajes, al regresar pude hacer un símil entre esto y la vida, ese caminar cuesta arriba con el fin de llegar a una meta final.

No pretendo con esto descubrir el agua tibia en materia de metáforas, porque sé que son muchísimos los escritores que a lo largo de la historia han hecho comparaciones similares: la vida, un camino, un subir a la cima. Lo que sí quiero es categorizar una fuerte experiencia interior y compartirla.

Al empezar, miré hacia arriba y me sorprendí de su altura, jamás pensé que pudiese llegar ahí. Escalé con un grupo de gente, en momentos quería ir más adelante, luego separarme, me parecía interesante explorar nuevos caminos por mi cuenta pero era consciente de que el sitio era totalmente desconocido, de que andábamos en grupo, de que el último año he escuchado historias con finales muy tristes, de personas que, haciendo caminatas ecológicas quieren separarse y terminan perdiéndose por días.

Pero no sólo cuando se camina por el bosque, sino cuando se camina por la vida, a veces tercamente nos aferramos a nuestros propios caminos, y con espíritu individualista nos apartamos de los buenos consejos que podrían aliviar nuestra vida y enderezar nuestro rumbo. Por eso es importante andar acompañados. Aprender de la sabiduría de quienes han caminado y entender que si nos dan un consejo es por algo. Es verdad que en ciertos momentos tenemos que apartarnos de lo que nos digan algunas personas, quienes a veces con buena intención pueden aconsejarnos cosas que no sean necesariamente convenientes para nuestra vida. Pero no por ello debemos dejar de buscar personas prudentes que en momentos de dudas nos den una mano. Aunque la dependencia no es sana, el individualismo menos.

Y en esta larga caminata había momentos en los que la cuesta se hacía empinada. Por más que quisiera el sentido de la gravedad me obligaba a no poder subir sola. Hay momentos en la vida en que nuestro andar se hace más ligero pero existen otros en que efectivamente, el camino se empina, requiere de un mayor esfuerzo y hay dos opciones: o quedarse en la mitad y regresar o seguir avanzando. Quería avanzar. Vi que era necesario buscar sostenerme de las ramas de los árboles para ello. Algunas eran muy gruesas pero quebradizas. Era necesario detectar si me podía sostener bien de ellas. Es muy peligroso sostenerse de las ramas frágiles porque así podían romperse y yo podía rodar cuesta abajo y estrellarme más adelante con alguno de los pinos o rocas del bosque.

Y con ello percibí simbólicamente cómo en la vida no podemos aferrarnos a falsas seguridades que luego se quiebran y pueden hacernos tropezar. Son como aquellas ramas secas que aunque gruesas, son quebradizas y no nos pueden sostener por mucho tiempo. Y en caso de caídas, que también las tuve, es necesario pararse y seguir andando.

Y al llegar arriba pude contemplar después de horas de camino, el largo recorrido. Y mirar agradecida la creación que no sólo es buena para el hombre sino bella y que se convierte en una excelente maestra de vida.

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