Cada día, de la planta de la Compañía Nacional de Chocolates en Rionegro, salen 3.100 toneladas o tres millones 100 mil kilos de chocolatinas, chocolate de mesa, cereales, repostería, pasabocas, café molido y otras dulzuras, suficientes para endulzarle la vida a los colombianos y a los consumidores en 22 países.
Desde hace 92 años esta empresa, que nació con un capital de 4.000 pesos con el nombre de Compañía de Chocolates Cruz Roja, pasó de ser una pequeña empresa regional, que contaba con una recua de mulas para mover el cacao y el producto final, un entable donde había un tostador, dos molinos para triturar el grano, una báscula, un trepidador y un compresor, ahora es una multilatina que exporta a más de 22 países, que tiene plantas de producción en México, Costa Rica, Perú y Colombia y que el año pasado registró ventas por 941.000 millones de pesos.
A punta de visión, la Nacional de Chocolates empezó a darse a conocer por el mundo, cuando entre 1990 y 1995 se dio la internacionalización de la compañía. Y es que el reto de darse a conocer por el mundo y de dar batallas por hacerse a la mejor posición del mercado nacional e internacional, parece inspirada por la casa principal de la finca donde hoy está la planta de Rionegro, pues fue el cuartel general en la Guerra de los Mil Días, en 1895.
Hoy la batalla sigue viva, dice Jorge Arango, uno de los empleados de Chocolates, pero es por la conquista de nuevos mercados, por la creación de productos innovadores y por la satisfacción de los trabajadores.
Los chocolates de mesa (Corona, Cruz, Diana, Tesalia y Bogotano) se producen en la planta de Bogotá, en tanto que en Rionegro se fabrican los chocolates en polvo (Chocolisto y cocoas) y las golosinas en diferentes variedades como la emblemática chocolatina Jet, que recientemente cumplió 50 años de presencia en el mercado. Todo esto, mediante el procesamiento de 25 toneladas diarias de cacao y de 30 toneladas de azúcar.
En la moderna planta de golosinas se producen 400 variedades de productos (2.5 millones de chocolatinas por día o 14 millones de balones de chocolate al mes), equivalentes a unas 35.000 toneladas al año de derivados del cacao, producción que es comparable con la carga de unas 2.000 tractomulas.
La familia Chocolates
Además, los 7.000 empleados que laboran en la planta de Rionegro (en 3 turnos, las 24 horas, los 7 días de la semana), comparten el reto de incrementar la producción, lograr el mayor valor de éxitos innovadores, para reducir costos de operación y desarrollar nuevos productos.
De hecho Fabricio Sepúlveda, un operario que lleva más de 20 años en la empresa, es uno de los ejemplos de innovación y desarrollo. El hombre se inventó un proceso que rebajó de ocho horas a 40 minutos la preparación de uno de los productos. Y eso lo hacen -dice-, porque al interior de la compañía hay estímulos para crear valor dentro y fuera de la empresa.
María Rubiela López ingresó hace 25 años a Chocolates, luego de que su mamá, Sofía Moreno, caminara hora y media para pedirle a uno de los directivos de la empresa una solicitud de vinculación para su hija. No fue nada fácil, cuenta, porque pese a que tenía unas ganas inmensas por pertenecer a esta gran familia, tuvo que esperar ocho meses para que la llamaran. Hoy, cuando está a punto de pensionarse, confiesa que será duro cuando se retire pues sostiene que “esta empresa lo es todo para mí y toda mi familia”.
Después de 24 años de estar en varios cargos en la compañía, Desiderio Ortiz confiesa que Chocolates es su segundo hogar. A veces, dice, no sabe si se siente más contento en la casa que al lado de sus compañeros. Allí se ha desarrollado como persona y como profesional pues gracias al apoyo de sus jefes, se graduó de administrador de Empresas.
Teódulo Ospina es otro de los felices empleados que empezó en oficios varios y hoy es operario. Toca guitarra, piano y organeta y fue precisamente la música la que le permitió entrar a la Nacional de Chocolates, pues una noche, cuando daba una tertulia, le ofrecieron vincularse a la empresa.
Así como Fabricio, María Rubiela, Desiderio o Teódulo, hay otros miles de empleados que todos los días aspiran el dulce olor del cacao que luego, gracias a su trabajo, se transforma en chocolate y en golosinas que endulzan los corazones del país, Centroamérica, el Caribe, Estados Unidos, México y Perú con el sello Hecho en Colombia.