En la misma ciudad donde un día de 1954 Gabriel García Márquez escribió el primer gran reportaje de su vida -la historia de la muerte de más de 60 personas sepultadas por un alud de tierra en un caserío de las montañas que rodean a Medellín-, esta semana centenares de periodistas de América Latina, España y el resto del mundo se reunieron para honrar su memoria, conversar sobre su oficio y asistir a la entrega de los premios de Periodismo 2014 de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano.
Los premios de 2014 serán recordados por muchos motivos. El primero, porque aunque hay muchas formas de recordar a nuestros grandes escritores, Medellín escogió una de las más bellas y fecundas: la de convertirse en punto de encuentro para preservar su legado de reportero, oficio que él consideró inseparable del de escritor y por el cual también recibió el Premio Nobel de Literatura. El segundo, porque nuestra ciudad ratificó su decisión de no dejar morir el premio más importante de periodismo que se otorga en Latinoamérica a los hombres y mujeres que decidieron abrazar el mismo oficio de José Martí, Rubén Darío y otros grandes cronistas que fundaron entre nosotros el arte de contar en los periódicos la pequeña novela de nuestra vida cotidiana.
La edición 2014 también será recordada por la entrega del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo en la categoría de Excelencia a dos reporteros de a pie cuyo trabajo es un ejemplo de dedicación a la cobertura e investigación de temas complejos en tiempos y contextos difíciles y a la reflexión sobre los valores esenciales del periodismo.
Javier Darío Restrepo, el más veterano, ha sido testigo de muchas guerras a lo largo de su vida, entre ellas la más dolorosa por su cercanía, la de su propio país. En los últimos años, después de haber escrito más de veinte libros y haber trabajado como reportero de radio, prensa y televisión durante más de 50 años, se ha dedicado a conducir talleres de ética y a dar clases, charlas y conferencias sobre los problemas viejos y nuevos del oficio del periodismo, al que considera, más que una profesión, un servicio público.
Pero, sobre todo -como lo señaló el consejo rector de la FNPI en el acta del premio- semana tras semana, ha mantenido con los periodistas de Colombia y el resto del continente un diálogo constante sobre sus preocupaciones éticas en el llamado Consultorio Ético en línea de la FNPI, caminando con ellos como un compañero más y convirtiendo este sitio web en una escuela de vida.
Marcela Turati, la más joven, es una reportera mexicana nacida en Veracruz que ha pasado su vida contando en las revistas y en los periódicos de su país historias difíciles: la muerte de cientos de migrantes mexicanos perdidos en los desiertos de la frontera con Estados Unidos; las masacres de indígenas; la desaparición de miles de personas asesinadas en las guerras de los carteles de las drogas y luego enterradas en fosas comunes...
Ahora Marcela dedica sus horas al drama de sus compañeros amenazados, torturados y desaparecidos por defender la verdad y la vida en medio del caos y la degradación. Con ellos formó la Red de Periodistas de a Pie, un espacio para recobrar la dignidad y el significado de nuestro oficio en tiempos difíciles.
La vida y el ejemplo de estos dos reporteros de a pie premiados por la FNPI me recordaron una vez más que el periodismo es una apuesta por la vida. Por la defensa de la verdad. Y que mientras exista el periodismo hay esperanza.