La economía de Estados Unidos creció 2,2 por ciento de su Producto Interno Bruto en 2012 y durante los últimos cuatro años se generaron poco más de cinco millones de nuevos empleos, según datos oficiales.
Parte de la campaña electoral que terminó en noviembre con la reelección del Presidente Barack Obama tuvo como escenario de debate la necesidad de recortar los gastos del gobierno central, según los republicanos, y de aumentar los impuestos a los más ricos, al sentir de los demócratas.
Obama ganó las elecciones por amplio margen, en especial por el abrumador apoyo latino, y eso se entendió como un respaldo a sus políticas económicas. Había quedado, no obstante, un remanente de su primer mandato que ahora vuelve a poner contra las cuerdas su segundo período: el déficit fiscal, con el "secuestro" de los recursos federales como primera consecuencia.
Hoy, en medio de las disputas entre republicanos y demócratas, Estados Unidos vuelve a caminar sobre los senderos del llamado "precipicio fiscal".
El recorte automático de cerca de 85 mil millones de dólares pone en jaque los dolorosos esfuerzos que cientos de miles de estadounidenses han tenido que hacer para recuperar sus ingresos, acceder a más puestos de trabajo y llevar a sus hijos a las escuelas y colegios. De paso, el compromiso con las Fuerzas Militares de mantener sus salarios y mejorar sus condiciones de seguridad entran en un terreno minado, dado que los recortes afectarán, sobre todo, el tema de la inversión en Defensa.
Los pronósticos sobre los efectos que tendrían estos recortes en el Gobierno central estiman que el PIB caería cerca de un punto porcentual y se perderían no menos de 750 mil empleos, algo que para la frágil recuperación económica de Estados Unidos sería una hecatombe.
Detrás de esta nueva puja política, con la economía como punta de lanza, están las irreconciliables posturas entre los demócratas y el ala más ultraconservadora de los republicanos. Los primeros piden aumentar los impuestos a las personas con ingresos superiores a los 250 mil dólares al año, pero los republicanos se resisten a aprobarlo y, en cambio, demandan recortes más duros en los presupuestos de funcionamiento de la Casa Blanca, a la que acusan de despilfarro e ineficiencia.
El Presidente Obama, tal como lo hizo como estrategia de campaña, ha puesto la carga de la prueba en los republicanos, advirtiendo que serán ellos los que asuman las consecuencias de la insensatez con la que vienen manejando los grandes temas de los estadounidenses.
Otro de los grandes impactos que tendrán los recortes automáticos los sufrirán los mayores de edad, pues el Medicare dejará de recibir poco más de 15 mil millones de dólares. Otro tanto afectará a los maestros.
"Estos recortes no son inteligentes, no son justos y suponen un daño autoinfligido a nuestra economía que no tendría por qué producirse. A mí me eligieron como Presidente, no como dictador", dijo Obama cuando se le insistió por qué no obligaba a los republicanos a suscribir un nuevo acuerdo sobre los recortes.
Razón tiene Obama para no hacerlo. Ya lo había advertido durante la campaña contra Mitt Romney, el candidato republicano: "Ustedes (los estadounidenses) deberán escoger qué tipo de sociedad quieren para sus hijos".
La respuesta, hasta ahora, es la ingobernabilidad hacia la que camina, no sólo Obama, sino todos los americanos, incluidos los republicanos.
Pico y Placa Medellín
viernes
no
no