Me encontré en estos días con una historia de esas que te reconfortan el alma.
Se trata de la hermana Dulce Lopes, una religiosa brasilera de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, quien falleció en 1992 y fue beatificada en San Salvador de Bahía el pasado domingo por el cardenal Geraldo Majella Agnelo en representación del Papa Benedicto XVI.
En 1988, el gobierno brasilero la postuló para el premio Nobel de la Paz. Además el periódico Estado de Sao Pablo la nombró la mujer más admirada de la historia de Brasil por su trabajo incansable con los mendigos y desamparados y por las obras que llevó adelante con la gente más necesitada.
A los 18 años ingresó a la vida religiosa: "Por más amor que tenga es poco para un Dios tan grande", escribió aquella vez.
Esos pequeños actos de amor comenzaron a traducirse en grandes obras sociales: la hermana Dulce fundó la unión de trabajadores de San Francisco, un movimiento cristiano de obreros en Bahía.
Luego comenzó a refugiar personas enfermas en casas abandonadas. Pero éstas fueron desalojadas y ella los trasladó a un antiguo mercado, el cual tuvieron que dejar por una orden del ayuntamiento.
El único sitio donde podía recibir a más de 70 personas que necesitaban asistencia médica era nada menos que el gallinero del convento donde ella vivía. Este se convirtió rápidamente en un hospital improvisado.
Así comenzó la historia de otra de sus fundaciones: el hospital San Antonio, el cual fue inaugurado oficialmente en 1959 con 150 camas.
Hoy sus fundaciones se conocen con el nombre de Obras Sociales de la Hermana Dulce, y las siglas OSID (Obras Sociais Irmã Dulce, en portugués).
Dentro de éstas, también se encuentra el Centro de Educación de San Antonio, ubicado en la región de Simões Filho, en el estado de Bahía.
De ella he aprendido el amor y la entrega a pesar de las propias limitaciones. Me impactó especialmente el hecho de que en los últimos 30 años de su vida, sólo tenía el 30 por ciento de la capacidad respiratoria. Aún así, seguía gastándose y desgastándose por las fundaciones en pro de los necesitados.
En 1990 ingresó al hospital donde estuvo por 16 meses. Allí recibió la visita del hoy beato Juan Pablo II.
Murió el 13 de marzo de 1992. Una fila kilométrica de personas que vivían en condiciones de extrema pobreza se congregaron para despedirla.
"El amor supera todos los obstáculos. Todos los sacrificios", decía esta hermana, recién llegada a los altares.
Una vida como la de la hermana Dulce resulta contagiosa.
La congregación a la que perteneció continúa trabajando en una red de obras sociales que incluyen hospitales y centros de salud y atienden en Bahía a cinco millones de personas al año ¿Qué sería de ellos sin la mano caritativa de la hermana Dulce?
Son historias que a veces pasan desapercibidas en la prensa mundial. Son noticias que refrescan, ejemplos que nos deben arrastrar hacia una auténtica vivencia de la caridad y un compromiso con el más necesitado. Actitudes que pueden marcar la diferencia.
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