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El Ángel que se arrastraba

julio Ángel ángel era inválido. No asistió a la escuela, enseñó a ricos y pobres inglés, contabilidad y mecanografía. Fue poeta, escribió la misa en verso, se casó y tuvo seis hijos.

  • El Ángel que se arrastraba | Cortesía | Martha Valencia Valencia en compañía de su esposo, Julio Ángel Ángel, y sus cuatro hijas, Beatriz, Isabel, Inés y Daisy. También tuvieron dos varones, de nombres Rubén Darío y Alfredo.
    El Ángel que se arrastraba | Cortesía | Martha Valencia Valencia en compañía de su esposo, Julio Ángel Ángel, y sus cuatro hijas, Beatriz, Isabel, Inés y Daisy. También tuvieron dos varones, de nombres Rubén Darío y Alfredo.
01 de enero de 2011
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Tendría unos siete años cuando sus compañeros de escuela lo vieron llegar, arrastrándose sobre las cuatro pequeñas deformidades que eran sus pies y manos. Su ropa estaba sucia y el recibimiento de los chicos se hizo en medio de burlas y risas. Entonces, el humillado pequeño prometió que quienes de él se habían mofado, algún día serían sus alumnos. Y así ocurrió, como si fuera palabra de Dios.

Julio se llamaba el pequeñín y nació el 9 de marzo de 1915, en la próspera Quinta de los Rosales, en Pácora, municipio del departamento de Caldas. Sus padres, Ángel María Ángel y Carmelita Ángel, eran primos hermanos y engendraron 16 hijos.

Por la presunta maldición en que termina la mezcla de la misma sangre, dirían unos, o por puro capricho genético, expresarían otros, tres de los 16 ángeles nacieron con una enfermedad que a muy temprana edad les atrofiaba los músculos de sus extremidades superiores e inferiores.

Leticia y Clarita la padecieron y su respuesta fue confinarse en las cuatro paredes de su casa. Julio fue el tercero, pero él decidió darle la cara al mundo y encontró que la mejor manera de ayudarse a sí mismo, era ayudando a los demás a superarse.

Su papá, desilusionado por las limitaciones de sus tres hijos menores, decidió regalarse como soldado para ir a la guerra, pero con tal mala suerte que logró regresar con vida al hogar.

Las posaderas de Julio prácticamente nunca conocieron los pupitres de la escuela ni el bachillerato, excepto por 15 días que alcanzó a estar en un curso de cuarto de primaria. El poco cuidado del papá contrastaba con el respaldo de la abuela y, sobre todo, con la atención que le brindaba su hermana mayor. Ella le enseñó a leer, a escribir y a realizar las primeras operaciones matemáticas.

A los 14 años el joven se sintió quedado en saberes y por sus propios medios e iniciativa hizo un curso de mecanografía. El encarrete fue tal, que al poco tiempo ya estaba enseñándoles a otros lo aprendido, pero dándoles como ñapa o valor agregado un curso de ortografía que se inventó.

Luego, con el método del hermano lasallista, Alfonso Norberto, aprendió inglés. A los 27 años de edad su ansia de progreso le llevó a montar el instituto Minerva, que durante más de 15 años tuvo en su natal Pácora. Allí daba clases de taquigrafía, ortografía, mecanografía, contabilidad básica e inglés.

Esa experiencia la replicó en localidades como Salamina, Aranzazu, Palestina y La Virginia, en donde pasó los últimos siete años de su vida.

Al llegar a cada pueblo lo primero que hacía era entrevistarse con el señor Cura. Le contaba de sus intenciones y le abría el portafolio de servicios. Posteriormente, el párroco, en pleno púlpito y sin cobrarle un centavo, promocionaba las novedosas capacitaciones de Julio.

Por esa línea celestial le llegaban alumnos, sobre todo mayores, deseosos de aprender a leer y a escribir. Los hacendados, comerciantes y, en general, los hombres más ricos del pueblo, lo buscaban con igual entusiasmo para que les ayudara a salir de la ignorancia, pues muchos ni siquiera sabían llevar una rudimentaria contabilidad de sus negocios.

Tan importante se volvía Julio, que en su casa no pasaban necesidades. Además del pago por sus clases, era usual que le mandaran huevos, gallinas, patos, leche. Esa abundancia de cariño y comida ayudó a despejar, de una vez por todas, las reservas que tenía la familia de Martha Valencia Valencia, la bachiller, normalista rural, de la que Ángel Ángel fue profesor y cuya mano pidió sin que mediara noviazgo alguno.

¿Cómo se le ocurre pensar en casarse con un "tullido"?, le dijeron a Martha sus padres. Ellos eran humildes y aunque a Julio lo veían como un hombre de la alta sociedad, no era eso lo que más les atemorizaba. El principal susto era que sus nietos llegaran a nacer con los mismos defectos físicos. El amor de la pareja y unos cuantos exámenes que les practicaron en Manizales, terminaron despejando el camino para el matrimonio del profesor de inglés con su alumna, el 22 de enero de 1948.

Todo fue muy rápido. Prácticamente de las aulas pasaron al altar. Julio escasamente tuvo tiempo de escribirle a su amada el poema Romance de un día feliz, que en uno de sus fragmentos dice:

"...cuando el cura preguntóle

si me amaba de verdad,

brillaron sus negros ojos

con un fulgor celestial.

El sol arriba en lo alto

no cesaba de brillar

y entraba por las ventanas

con claridad tropical.

Terminó la ceremonia,

todo tiene que acabar,

menos mi amor para ella,

que es como el alma inmortal".

En 12 años de matrimonio Martha vio cómo su Ángel escribió más de 150 poemas, que aún están inéditos; le ayudó con sus discursos al político y empresario Fernando Londoño Londoño; dirigió y editó 65 números de la Revista Pácora; cantó y tocó con alegría la dulzaina; llenó de amor y valores a sus hijos y les explicó bien en cada ocasión el por qué de los castigos que se ganaban; escribió dramas, sainetes y reflexiones; vendió románticos poemas suyos a la salida de misa y hasta llegó a espantar, de una potente cachetada, a un toro que amenazaba con embestirlo. Lo que sí, es que Martha y sus hijos nunca lo vieron maldecir o quejarse de su condición física.

También en 12 años de matrimonio Martha Valencia le dio a Julio Ángel seis hijos: Inés, Beatriz, Alfredo, Isabel, Rubén Darío y Daisy. Todos están vivos. Ninguno de ellos, ninguno de los 13 nietos y seis bisnietos, padece la atrofia de Ángel Ángel. En teoría los más propensos a reproducir el padecimiento eran los primos hermanos Rubén Darío y Beatriz Ángel, pero los dos hijos de este matrimonio han tenido un desarrollo normal.

"Debe ser que la maldición la cortó mi mamá", exclama en tono de broma Inés, quien a los cuatro años aprendió a leer con su papá, Julio. A los cinco ya escribía a máquina y con el tiempo se hizo educadora, profesión que también siguieron sus hermanos Alfredo y Beatriz.

Julio Ángel Ángel murió a temprana edad. De sus 45 años de existencia pasó los últimos cuatro sentado en una silla de ruedas. Los médicos le dijeron a la familia que esa quietud debilitó el corazón de un hombre acostumbrado a arrastrar toda su humanidad.

El inquieto pacoreño sufría del hígado y para tratarle un cólico hepático el galeno de turno le aplicó una inyección de morfinol. "Salgan y déjenlo dormir", dijo a las 12 del día el doctor. Todos obedecieron la orden, pero a eso de las 4:00 p.m. su mujer entró a verlo y lo encontró tan relajado que parecía muerto. Le aplicaron una inyección de coramina, para reanimarlo, pero todo fue inútil.

Así se fue de este mundo el gran amigo de Monseñor Baltasar Álvarez Restrepo, Obispo de Pereira, a quien, según recuerda Inés, le ayudaba con los sermones de Semana Santa. El mismo prelado fue el encargado de aprobarle a Ángel Ángel su "Opúsculo para oír la Misa", o sea el culto religioso en verso, que fue publicado el 4 de diciembre de 1956.

Lo primero que hacía Monseñor Álvarez al llegar a La Virginia, Caldas, era ir a la casa del Ángel autodidacta, cuya valiosa existencia resumió el prelado en forma poética: Julio nunca se sintió inválido, porque nunca tuvo "tullida" el alma.

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