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EL ARTE DEL AMANGUALAMIENTO

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27 de junio de 2012
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La historia de la justicia en Colombia ha estado plagada de decepciones, pero pocas veces el viejo y tristemente célebre dicho popular de "la justicia es para los de ruana", fue tan cierto como en el articulado de la Reforma a la Justicia que fue aprobada por el Congreso de la República la semana pasada.

El consabido acto legislativo que busca modificar la Constitución reúne una serie de artículos amañados para beneficiar a congresistas, magistrados y funcionarios en sus presentes y futuros procesos judiciales. La tan esperada reforma que solucione el problema de la congestión del sistema judicial fue instrumentalizada por la corrupción y la impunidad para su propio beneficio.

Sin embargo, lo peor de la Reforma a la Justicia es que la manguala fue entre todos los poderes, esa fuente de deslegitimación es para todo el estamento público. El Congreso, las Altas Cortes y el Ejecutivo, todos asumieron la reforma, la negociaron y la aprobaron. La culpa es de todos, pero el golpe lo recibe el Estado colombiano.

Y así como la impulsaron, igual sacaron el cuerpo cuando la opinión pública, movida por una indignación como pocas en este país de indiferentes, presionó para que semejante esperpento no infectara nuestra Constitución. Ministros renunciaron, senadores confesaron su ineptitud y el presidente se echó para atrás con hipocresía.

Todo este episodio nos confirma que en Colombia, la política es el arte del amangualamiento. En donde el bien común es ignorado, cuando no directamente violentado, y una pequeña camada de bandidos coopta el Estado para buscar y defender intereses individuales, cuando no criminales.

Frente a un poco de control el político colombiano dice automáticamente: "no fui yo, fue él", "fue a mis espaldas", "lo leí por encima", entre otras perlas. En Colombia, la política es también el arte de inventarse excusas.

La infame reforma puede quedar atrás, las maromas constitucionales o iniciativas ciudadanas pueden sepultarla, pero lo que no puede pasar es que olvidemos, porque ese, más que nuestra dirigencia corrupta y leguleya, es nuestro mayor pecado. Que estemos demasiado dispuestos a olvidar las ofensas y violaciones de nuestra clase dirigente, premiándoles nuevamente con nuestros votos.

La lista de los doce congresistas que conciliaron la reforma y la de quienes la votaron en contra y a favor se ha publicado en muchos medios de comunicación; un ejercicio simple pero necesario es el de revisarlas, validando nuestros votos en las anteriores elecciones legislativas y preparándonos para las que vienen en 2014.

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