La generación que vivió Bahía de Cochinos, el flotador al que lleva asida la revolución cubana desde hace 50 años, agoniza. Aquel triunfo fabricó un enemigo imperecedero durante medio siglo que sirvió al régimen de pegamento ante las adversidades. Una victoria en blanco y negro que hoy es agua pasada en el día a día de los cubanos, ocupados en subsistir con las migajas que dejan los turistas a la espera de que el incipiente negocio petrolero pase de lo etéreo a convertirse en una realidad palpable.
Sin embargo, los hermanos Castro movilizaron el pasado fin de semana a todos los reservistas de la isla para conmemorar el aniversario, en un desesperado intento por despertar el fervor patriótico en una población indiferente a las reformas con las que Raúl Castro intenta salir de la bancarrota. Por toda La Habana abundaban el sábado los pelotones de anquilosados reservistas ajados por los años, luciendo barriga por culpa de unos uniformes demasiado pequeños.
Las horas previas a la parada militar se pasaron dando manos de pintura al avejentado armamento soviético y visionando videos donde miles de chinos desfilaban a paso robotizado. Bajo un sol de justicia, este ejército de la tercera edad trataba en vano de imitar el paso marcial a la mayor gloria de la revolución. Luego se desperdigaban para tomar el rancho con un pedazo de cartón por cuchara, el mejor ejemplo del desmoronamiento del régimen.
Nadie habló del VI Congreso del Partido Comunista, el último en el que -salvo milagro- participarán los Castro. Ni en La Habana ni en el resto de la isla. El Congreso que debió celebrarse en 2002 y ratificó las 291 medidas de tibia apertura económica con las que Raúl pretende devolver la respiración al agónico enfermo fue una reunión clandestina. Un congreso fantasma del que apenas hablaron los medios oficiales (todos), quizá para no tener que explicar por qué es necesario sacrificar a 500.000 funcionarios, uno de cada diez trabajadores, que deberán ser absorbidos por el sector no estatal y de dónde va a salir la plata necesaria para que la actividad privada pase de representar a menos del 15% de la fuerza de trabajo al 35% que necesita la dictadura para su supervivencia.
Hasta el momento, la única reforma que los cubanos han sentido es la casi total supresión de la libreta de racionamiento, una medida que no ha hecho sino empeorar la situación de una sociedad que apenas dispone de 16 euros al mes en sus raquíticos bolsillos.
Las medidas restrictivas, el alza del precio de los combustibles, los alimentos o la electricidad han disparado el descontento. Tanto como para que el 77% de la población estime inútiles los esfuerzos de la gerontocracia que comanda el país (el sondeo viene de EE.UU., todo sea dicho).
La apertura al sector privado sólo ha servido por ahora para hacer aflorar la economía sumergida. Desde que comenzara la concesión de permisos para ejercer una de las 178 actividades por cuenta propia toleradas por el régimen, casi el 70% de los cubanos autorizados estaba desempleado.
La mayoría de estas autorizaciones se emitieron para actividades menores -pequeños comercios, casas de huéspedes y paladares (restaurantes familiares)- cuya incidencia en la recuperación económica es nula.
El férreo control del Ejército sobre cualquier experimento y la negativa a permitir la acumulación de bienes lastran las reformas antes de su arranque.
Pese a todo, el VI Congreso bendijo todos los planteamientos de Raúl Castro, cuya única pretensión es que el régimen sobreviva al menos un día a su propia muerte y la de su hermano Fidel. Y así será.
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