La muerte de Ángel de Jesús Pacheco, alias Sebastián , a manos de sus escoltas en zona rural de Cáceres, Antioquia, es el resultado de una guerra interna dentro de las propias estructuras de las bandas criminales (bacrim), provocada por la intensa ofensiva policial y militar iniciada hace poco más de cinco meses dentro del denominado Plan Troya.
El acoso de la Fuerza Pública en todo el corredor del Bajo Cauca, el sur de Córdoba y el occidente de Sucre, ha provocado la desestabilización de las estructuras criminales de grupos como los Rastrojos y los Urabeños, y el asesinato de alias Sebastián corrobora el desespero y la presión que están sintiendo ante los contundentes golpes de la Policía y el Ejército. Ya ni dentro de sus propias redes delictivas pueden sentirse seguros.
La captura de algo más de 600 integrantes de estas bacrim, entre ellos 22 cabecillas, el decomiso de 6,5 toneladas de cocaína y 163 de insumos químicos, además de la incautación de abundante material de guerra en estos meses, ha sido posible por el trabajo armónico de las Fuerzas Militares, la Policía, el DAS y la Fiscalía, que de forma integral y coordinada vienen desarticulando las estructuras de mando de estas organizaciones delincuenciales y obteniendo información valiosa para llegar hasta las cabezas.
La entrega a las autoridades de alias el Negroy Guadaña , directos responsables del asesinato de su jefe, Sebastián, debe marcar el camino para que otros delincuentes colaboren con la justicia, pues el final que les espera no será distinto al del exjefe de los Rastrojos, y al de tantos otros que han muerto traicionados por sus propios lugartenientes.
La muerte de Sebastián debería significar un alivio para la seguridad de los habitantes de la región del Bajo Cauca y el sur de Córdoba, donde tenía el centro de operaciones, pero las autoridades deben mantener la ofensiva militar para neutralizar cualquier coletazo criminal que se pueda dar entre quienes, sin duda, querrán llenar el vacío dejado por el exlíder de los Rastrojos. La información que puedan entregar alias el Negroy Guadaña es fundamental en ese propósito.
Los logros obtenidos hasta ahora dentro del Plan Troya permiten pensar en que se va por el camino correcto, pero no que se haya ganado el pulso contra la delincuencia organizada, y que de la mano de la acción de la fuerza pública, la eficacia de la justicia y la colaboración ciudadana, el Estado debe llegar con planes integrales en materia de educación y empleo digno, pues de lo contrario, las bandas criminales seguirán encontrando jóvenes dispuestos a mantener la guerra por unos cuantos pesos.
La puesta en marcha del modelo Troya en otras regiones golpeadas por la violencia de guerrillas, bacrim y narcos, como en el caso de Cauca y Chocó, es importante y debería extenderse hacia otras zonas del país, para poder contrarrestar el perverso fenómeno de la trashumancia del delito. Y, sobre todo, para que el Gobierno envíe un mensaje claro: que por más poder que puedan dar las armas y el dinero del narcotráfico, los delincuentes nunca estarán por encima de las leyes y la legitimidad del Estado.
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