Los más puristas fruncieron el ceño porque la Operación Jaque se basó en un engaño. Bien está que rescaten a Íngrid, pero engañar es malo y el fin no justifica los medios, razonaron. Pero esta reflexión pacata incurre en el error de suponer que engañar siempre es malo. Pues no siempre lo es: el engaño puede ser un arma de la guerra, igual que los balazos, y en cuanto tal es tan buena o tan mala como la guerra donde se utilice. Así que ¡bravo! para el engaño que permitió el rescate sin disparar ni un tiro.
Pero en la guerra no todo se vale, porque la guerra es una actividad humana y todo lo que es humano está sujeto a la ética. Por eso están proscritas las armas químicas y biológicas, la tortura de prisioneros y otras muchas cosas más.
También está proscrito el uso de emblemas humanitarios para engañar al enemigo. No por respeto a la Cruz Roja sino por respeto a la humanidad: para atender un herido o evitar una hambruna es esencial que el emblema sea creíble siempre y para todos los bandos.
El Presidente admitió que haber usado el "peto" rojo estuvo mal -y eso está bien-. Pero a renglón seguido explicó que "el oficial se puso nervioso al ver la cantidad de guerrilleros" y pidió al mundo que tuviera en cuenta "que no era una operación de ataque sino de rescate" (El Tiempo, julio 17, p. 1-4). El Presidente habla en nombre de Colombia y por eso hay que examinar cada una de estas frases:
- Puede ser que un oficial pierda el control de sus nervios (lo que habla mal del oficial). Pero la frase en realidad quiere decir que el hecho fue imprevisto o espontáneo -lo que sí no es verdad-. El oficial no llevaba el chaleco por accidente, como podría haber llevado una gorra de repuesto. Lo llevaba porque había un Plan B (o C o D) donde los oficiales habrían usado los emblemas. Un plan deliberado y aprobado por el mando, a sabiendas de que el truco era ilícito.
- El que haya sido un acto de rescate y no de ataque puede tener una implicación técnica entre los abogados (si a la luz de la Convención de Viena o la del Código Penal se configura el delito de "perfidia"). Pero con esto esquiva la cuestión ética o, más exactamente, exalta una ética según la cual el fin justifica los medios. Es la ética que (tal vez erróneamente) se atribuye a Maquiavelo, la de los pragmatistas y la realpolitik.
Es la ética de las personas prácticas, de las personas que producen resultados, como el presidente Uribe. Ética que se justifica precisamente porque da resultados, porque logra lo importante aunque a veces sacrifique lo menos importante, melioris ante bonus que decían los latinos.
Ética que, a juzgar por las encuestas, es acogida por la mayoría de los colombianos: si los quince secuestrados están libres, si fue incruento, si con eso derrotamos a tan grandes criminales ¿qué importancia puede tener el hecho de que un soldado nervioso utilizara el peto de socorrista? Fue un gesto de viveza, una trampita, un atajo pequeño y comprensible.
La viveza es nuestra virtud nacional, la que llamamos creatividad, la que sustenta nuestra tenacidad de náufragos, la que inventa estrategias de caracol, la que explica porqué fue en Colombia y solamente en Colombia donde pudo ocurrir una cosa tan inverosímil como la operación que puso en jaque a las Farc. Pero la viveza es también nuestro defecto nacional, cuando celebra que el vivo viva del bobo y que el que tenga suficiente ingenio, suficiente poder, o suficiente necesidad pase por un ladito de la ley y se apropie de lo que no es suyo.
El fin no justifica los medios cuando esos medios son malos. No lo hace porque lograr el fin no depende solamente del actor y es apenas una probabilidad (rescatar a Íngrid) mientras el medio depende sólo del actor y es un hecho cierto (el "peto").
Y no lo hace, sobre todo, porque los medios no son independientes de los fines. Gandhi lo dijo de manera más hermosa: "Los medios son como la semilla; el fin es como el árbol. Entre el fin y los medios existe la misma conexión inviolable que existe entre el árbol y la semilla".
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